viernes, 12 de febrero de 2021

EL CONSUELO DEL PACTO DE REDENCIÓN

 




Una de las doctrinas más consoladoras de las Escrituras es la del Pacto de Redención. Esta expresión se refiere a una Alianza eterna entre las tres Personas de la Trinidad: Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para salvar, por amor, a un pueblo de entre la humanidad caída. El gran teólogo reformado Herman Bavinck comenta que: “El pacto de redención es en sí mismo una obra de Dios en la eternidad, como tal es el principio, el poder motivador, y la garantía de la obra de redención en la historia”. Encontramos alusiones a este acuerdo eterno en distintas partes de la Escritura. Así, por ejemplo, en el Antiguo Testamento y en el Salmo 2 en esa conversación divina entre el Padre y el Hijo: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra”, Salmo 2.8. También encontramos abundantes referencias a ese pacto en el Nuevo Testamento. Esto es así, particularmente en el Evangelio de Juan, en aquellos pasajes en los que el Señor destaca que lo que dice y hace corresponde a la voluntad de aquel que le ha enviado. Así, por ejemplo, Juan 6.38: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió”. O  Juan 5.30: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” o el versículo 43: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis”. También en otro grupo de pasajes de este evangelio, Cristo desvela que ha venido a salvar a aquellos que le fueron dados por el Padre: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra”, Juan 17.6. O los versículo 9: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son” o el 24 de este mismo capítulo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. El verbo dar, en pasado aquí, alude a un acto anterior a la venida del Señor al mundo, indudablemente se refiere a la eternidad, pero también a ese acuerdo entre el Padre y el Hijo, en el que el Padre nos entregó a El, y que es la base de su venida al mundo. Pablo igualmente incide en esa realidad eterna en Efesios 1.3-6: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”. El amor del Padre por su iglesia es, en la eternidad, y es en Cristo. Fuimos amados en El. Este aspecto es importante desde un punto de vista pastoral, pues significa que si estamos aquí y ahora, en Cristo, es decir, si hemos acudido a El como Señor y Salvador, entonces es evidencia de que fuimos amados en El en la eternidad. Por eso, otro gran teólogo reformado J.V. Fesko, puede afirmar que: “El Pacto de Redención es principalmente una expresión de amor”. Un amor que la iglesia conoce en el tiempo y en el espacio, usando la conocida expresión de Francis Schaeffer. Y es que este eterno Pacto de redención es la base de los distintos pactos de salvación establecidos entre Dios y su pueblo a lo largo de la Historia. En esta pacto, Cristo aparece como Fiador, delante del Padre, en lugar de su pueblo. Y, al venir a este mundo enviado por el Padre, Cristo asumió en su vida y en su muerte las consecuencias de nuestros propios pecados para sí salvarnos. Conforme a ese pacto eterno, el Espíritu Santo equipó al Hijo de Dios para esta misión de rescate, y se comprometió para aplicar los frutos de la satisfacción de Cristo a la justicia de Dios a sus escogidos. 

Esta enseñanza es extraordinariamente consoladora para la iglesia, pues remacha el hecho de que nuestra salvación no depende de nada en nosotros, sino solo del Señor. Mi salvación descansa sobre un acuerdo o alianza entre el Padre y el Hijo y, por tanto, nada ni nadie puede evitar que yo pueda ser salvo. ¿Quién puede quebrar ese pacto entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Ese pacto es una promesa eterna, inmutable y todopoderosa y por tanto, tan estable como Dios mismo. De ahí que nada de lo que me acontezca en este mundo, ni siquiera las cosas más adversas, puedan separarme del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8.38,39). Por tanto, el cristiano es llamado a vivir una vida de gran confianza en el Señor y en la salvación por Él pactada. Una vida de seguridad y aplomo venga lo que venga. Por ello, el cristiano puede cantar con gran gozo a Dios: “Tu cuidas por pacto de mi”. ¿Cómo no vamos, pues, a ponerlo todo a sus pies? Muros de amor rodean siempre al cristiano. ¿Hay consuelo mayor que este para afrontar la vida con todos sus problemas? 

                        José Moreno Berrocal




miércoles, 22 de julio de 2020

J. I. PACKER Y LA SANTIDAD


La primera persona que recuerdo que me habló con entusiasmo de J.I. Packer fue Virtudes Merlo García. Esto fue el mismo año que la conocí, en 1986. Y no era para menos su pasión por el gran autor inglés, que acaba de fallecer a los 93 años, pues fue por medio de la lectura de uno de sus grandes libros: Conociendo a Dios, que el Señor salvó a la que llegaría ser mi esposa. Virtudes leyó este libro en francés en una edición de Grace et Verité, publicada en Mulhouse (Francia) en 1983, justamente diez años después de la aparición del libro en inglés. Por aquel entonces Virtudes, a instancias de su querida amiga Jean Pleasance, ahora Woods, vivía en esa preciosa villa alsaciana. Allí, asistía a la iglesia evangélica del lugar. Fueron los hermanos de la congregación los que pusieron en sus manos el libro que iba a cambiar su vida para siempre. Esta era una iglesia fundada por la European Mission Fellowship bajo el pastorado de Gérard Grosshans. La traducción al castellano del libro Conociendo a Dios que yo leí, fue publicada por Oasis-Clié en 1985. En la misma tengo anotado la fecha en la que lo compré: 1 de abril de 1986, y la razón por la que lo hice, por recomendación de Virtudes y de Francisco Ruiz, amigo y en la actualidad pastor en la iglesia evangélica en Tomelloso. Por ello, para nosotros, J. I. Packer no es un autor más, sino que es parte de la historia espiritual de nuestra familia.
Pronto descubrí por mi mismo que Packer era uno de esos grandes escritores evangélicos de los que uno no puede prescindir. De entrada, la sorpresa de descubrir que nos gustaban los mismos autores. Y es que ¡Packer también apreciaba a John Owen!, al que el célebre predicador evangélico C.H. Spurgeon calificó como el príncipe de los puritanos. De entre todos los autores puritanos, Owen fue el primero que leí, y el que más me ha influenciado. Disfruto y aprendo de sus libros más que de cualquier otro escritor puritano. Packer también reconoce su deuda con John Owen en muchas de sus obras. Así, por ejemplo, en su monumental estudio sobre el puritanismo, A Quest for Godliness, donde la figura de Owen, junto a la del otro gran puritano que Packer admiraba Richard Baxter, recibe un amplio tratamiento. Para Packer, que había nacido en 1926, en Gloucester, (Inglaterra) Owen es el más grande de los teólogos puritanos. Otra curiosa coincidencia es que Packer recomendara, de entre todas sus obras, las conocidas como obras prácticas de Owen (no se quién le puso ese nombre a algunas de las obras de Owen, para mi, todas son muy prácticas) entre las que se encuentran su tratado Sobre la mortificación del pecado. Recuerdo que la primer vez que leí este libro fue en 1985. Por cierto, este expresión, mortificación, suena horrorosa en nuestros días, pero Owen se distancia de la idea católica-romana de mortificación y escribe sobre lo que podemos llamar la mortificación evangélica del pecado. Que hay un deber cristiano de dar muerte al pecado que mora en nosotros, nadie debería dudarlo,como pone Pablo de manifiesto en Romanos 8.13. Pero la mortificación de la que escribe Owen solo es posible por medio de la fe en la obra de Cristo en la cruz, cuyo poder experimentamos por medio del Espíritu del Señor Jesús, el Espíritu Santo. Este cristocentrismo que identifica a Owen, aparece también en los escritos de Packer, para en su caso, desechar una idea ascética y pasiva o mística sobre la mortificación del pecado. Pablo escribe de “hacer morir las obras de la carne”. Es una obra activa del creyente con la energía del Espíritu Santo. Este aleja a la exposición de Owen, al igual que a la de Packer, del legalismo y/o moralismo que insinúa que es una obra que solo hace uno mismo, y de la idea mística de que solo Dios lo hace, por lo que ¡dejemos que solo El lo haga! Una idea muy popular en círculos evangélicos a la que se enfrentaron no solo Packer, sino también M. D. Lloyd- Jones entre otros. La obra de la mortificación del pecado que mora en nosotros (por cierto, El pecado que mora en el creyente es el título de otra de las obras prácticas de Owen y que también apreciaba y mucho Packer) tiene que ser evaluada en el contexto más amplio de lo que considero que es el corazón del mensaje que Packer quiso dejarnos como su legado más duradero: la santidad. Y es que la mortificación es solo un aspecto más de un tema mucho más extenso en las Escrituras, a saber, que hemos sido salvos para ser como el Señor Jesucristo. La santidad es, esencialmente, reflejar a Cristo, como Pablo enseña en Romanos 8.29: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. La santificación contiene, pues, un aspecto negativo, morir al pecado, pero con el propósito de venir a ser como el Señor. Packer solía también recomendar otra gran obra de otro de sus escritores favoritos J.C. Ryle, Holiness, Santidad. Así lo hace, por ejemplo en A Passion for Holiness. Este impulso a la obra del obispo de Liverpool muestra donde estaba su corazón. Algunos de los capítulos de este libro se han publicado en castellano por el Estandarte de la Verdad en El Secreto de la Vida Cristiana y Nueva vida. Holiness es un libro que me regaló Bob Sheehan, uno de mis más queridos profesores del seminario.
La santidad es, pues, el hilo conductor de la obra escrita del teólogo inglés que acabó afincado en Vancouver, Canada, desde donde su impronta se extendió por todo el mundo. Como ha escrito mi buen amigo José de Segovia: “Si hay alguien que ha dedicado toda su vida a pensar sobre la santidad, ese es Packer. Su obra no es solo una clara y concisa exposición bíblica sobre la necesidad de la obra del Espíritu en la vida del creyente, sino también una advertencia sobre el perfeccionismo y las enseñanzas sobre la vida cristiana victoriosa que ignoran la realidad del pecado. No conozco obra más profunda sobre la santidad que Caminar en sintonía con el Espíritu”. Con estas palabras José de Segovia presentaba el que, posiblemente, sea el volumen más influyente de Packer después de Conociendo a Dios. El título: Caminar en sintonía con el Espíritu alude a Gálatas 5.25: “Si vivimos por el Espíritu, andemos (avancemos) por el Espíritu”. El valor de la obra en castellano publicada por Andamio en 2017, es que añade nuevas y provechosas reflexiones de Packer. Son las que realizó para la reedición del libro en inglés en 2005, a una obra que originalmente data de 1984, y que en su día fue asimismo un controversial tratamiento del movimiento carismático. Como José de Segovia, considero, igualmente, que estamos ante una obra magistral. Y esto se debe al hecho de que contiene una madura y brillante exposición de la naturaleza de la santidad en la Biblia. Esta sería la antigua posición evangélica sobre la santidad, la de los reformadores y los puritanos, también la de Agustín de Hipona. Se puede caracterizar, a grandes rasgos, como la idea de que la vida cristiana es, fundamentalmente, una lucha contra Satanás, el pecado que mora en nosotros, y el mundo. Packer deliberadamente contrapone su exposición a la visión que, desde Wesley en adelante, presentó la vida cristiana como una cierta posibilidad de victoria completa del creyente frente al pecado en este mundo caído. Pero, como ya enseñaba el gran teólogo de Princeton (EE.UU.) B.B.Warfield, esto solo es posible si reducimos el concepto del pecado a meros actos externos y a algunos estados del alma muy particulares. Pero el pecado en la Biblia es algo que empapa a la persona mucho más allá de lo que, a menudo, imaginamos. Es decir, la Biblia es muy realista. ¿Por qué si no tendríamos textos como: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión”, Salmo 19. 12,13 o Mateo 7.3-5: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Packer, comentaba que, en realidad, a algunos de estos cristianos que conoció en Oxford, donde Packer se había convertido, se les daba muy bien engañarse a sí mismos, al pensar que podían obedecer perfectamente la Ley de Dios.  En una obra posterior titulada Laid-back religion (nunca traducida al castellano) y que el mismo Packer consideraba como un resumen de Caminar en sintonía con el Espíritu ( y que a mi me parece más bien una ampliación) nuestro teólogo se refiere también a ciertas formas de pietismo que, en general, definían la santidad también muy estrechamente. En concreto, en términos de una mera oposición a una serie de prácticas que se consideraban mundanas. Por ejemplo, con respecto a la bebida, el asistir al teatro o al cine, leer novelas, el baile, o incluso a la cosmética, entre otros temas. Si uno no incurría en determinadas prácticas, entonces era santo. Pero esta manera de concebir la santidad, la abstención de lo que Packer denominaba ciertos tabúes, cerraba peligrosamente los ojos a lo que es una influencia más sutil y perniciosa del pecado. La que tiene que ver con lo que ya C.S. Lewis calificaba como los peores pecados, los del espíritu: el orgullo de no hacer lo que otros si hacen, y la crítica insensible y desmedida a otros, considerados menos santos que uno, ¡por hacer lo que hacen! En su lugar, Packer coloca la santidad en una vida en la que se manifieste una creciente humildad, humanidad, consideración y compasión. Y es que el creyente es consciente de su debilidad y fragilidad por causa de ese pecado que mora en él. El hijo de Dios tiene que recordar frecuentemente que pecar no es algo meramente externo; sino que reside igualmente en actitudes internas pecaminosas y que, dolorosamente, dejan su huella en nuestras conciencias. Por ello el creyente se humilla y, al mismo tiempo muestra compasión hacia los demás. En palabras  J. I. Packer en Laid-back religion: “Cuanto más cerca estamos de Dios, más vemos el pecado que permanece en nosotros (ya que la luz de Dios lo muestra) y más bajos nos vemos en nuestra propia estimación. No es demasiado decir que la santificación y una humildad realista van de la mano”.
Comenzaba esta apreciación de Packer con su gran obra Conociendo a Dios y quisiera terminar con ella. El tema del libro es Dios y sus atributos. Pero Packer nunca concibió el conocimiento de Dios como algo meramente nocional, sino como un conocimiento revelado del ser de Dios por la Escritura, que nos lleva  a experimentar la realidad salvadora de Dios. El auténtico conocimiento de Dios es relacional y transformador: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”, Juan 17.3. Packer sostenía que la santidad bíblica está íntimamente conectada con Dios, ya que la santidad es, esencialmente, vivir para Dios, centrados en Dios y no en uno mismo. Cuando conocemos a Dios como Padre, de una manera salvadora en Cristo, nuestro Señor, entonces apreciamos que debemos vivir para El, y no para nuestros intereses y egoísmos. Experimentar la salvación de Dios Padre en Cristo por el Espíritu Santo, es, sencillamente, descubrir que hay algo más grande que nosotros, por lo que si merece la penar vivir: ¡La gloria de Dios! Y en esto consiste la santidad.

José Moreno Berrocal.

jueves, 16 de julio de 2020

JOSÉ JIMENEZ LOZANO Y LA LIBERTAD DE CONCIENCIA.



José Jiménez Lozano, que falleció el pasado día 9 de marzo, era uno de esos pocos intelectuales españoles que conocían bien el protestantismo. A diferencia de otros, no se acercaba al mismo cargado de prejuicios. A estos bien se les puede aplicar el poema de Machado:

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

La obra de este premio Cervantes y de las Letras, entre otros muchos galardones, muestra un gran respeto por la fe reformada. De hecho, contribuyó con su pluma a varias publicaciones evangélicas como la revista de teología Alétheia. Entre sus amigos se contaban creyentes como Audelino Gónzalez o Stuart Park (con Stuart compartía su amor por la Biblia y por los pájaros. Una afición que también tenía John Stott, por cierto. Park, de hecho, ha escrito un precioso libro en el que reflexiona sobre las aves del cielo en la tradición bíblica y la poesía de José Jiménez Lozano, titulado Las Hijas del Canto. El mismo Lozano escribió el prólogo de esta preciosa obra) Jiménez Lozano engrosaba la lista de ilustres autores españoles que se habían molestado en indagar sobre el protestantismo, huyendo de caricaturas y clichés. Lo han hecho entre nosotros escritores de la talla de Miguel de Unamuno o, más recientemente, Miguel Delibes (gran amigo de Jiménez Lozano y al que sucedió como Director del periódico el Norte de Castilla) Antonio Muñoz Molina, o José Luis Villacañas. Pero Jiménez Lozano vierte sobre el protestantismo la gran característica de toda su obra, su defensa de la verdad pura y sin adornos, venga de donde venga y diga lo que diga, por muy políticamente incorrecta que esta pueda llegar a ser
Las razones por las que Jiménez Lozano se interesa por la fe evangélica pueden ser variadas. Pero yo destacaría tres, por lo menos. De entrada, su propio conocimiento de la Biblia. Esto hacía de Jiménez Lozano un outsider dentro de la cultura española, pues, lamentablemente, son pocos los que se interesan o conocen bien el texto bíblico entre nosotros. Esto es un grave defecto que arrastra nuestra cultura hasta nuestro días y del que no son ni siquiera conscientes los aquejados de este mal. Pero, en su caso, su conocimiento es excepcional. Lo vemos en narraciones como Sara de Ur o El Viaje de Jonás. Se puede apreciar en su poesía, que, para algunos de nosotros es prodigiosa. A mi no me importa decir que lo tengo como a uno de mis poetas favoritos:

CARTA A LOS ROMANOS
¿Has ido a ver a un místico, a un filósofo
ateo? ¿Para qué? No creas una palabra
de hombre. Todos mienten.
Lee a Pablo: óuk estiv eod
évós. Ni uno bueno
entre los hombres. Enciende
tu pipa, aspira el humo, y ríe.
El mundo pasa.1

O su enorme GETHSEMANÍ que muestra su profunda compresión de lo que representó aquel momento para el Señor:

Una noche con luna,
el cárabo gritando, cuchillas
ojivales las hojas del olivo, tanto frío
en la garganta, el sueño,
sacrificados los corderos
para la Pascua, olor a sangre,
el aroma agrio del poder de Roma.
Los ángeles bajaron una copa
de estaño desde el cielo inhabitado;
la orina de los dioses y esputos,
el semen y la sangre podridos de la historia.
Y apuró el cáliz.2

Curiosamente, Jiménez Lozano, era consciente del daño que esa ignorancia de la Biblia había causado a nuestra propia cultura española: Dice nuestro premio nacional de 1992: “en el imaginario popular católico de los españoles, hasta ayer por la mañana por lo menos, la Biblia fue tenida por ‘cosa de los protestantes’, porque la Biblia en lengua vulgar, protestante fue
hasta el XVIII. Lo que esto supone-el exilio de una cristiandad de la Escritura, y el exilio de una cultura como la española del mundo bíblico- es un enorme ‘hándicap’ que tanto la cristiandad como la cultura española han pagado y siguen pagando muy caro. Para la cultura concretamente, tanto en el plano del pensamiento como en el del arte e incluso en el de las actitudes existenciales, supone el haber sido privada de un enfrentamiento con el pensar histórico e historias de una radicalidad total, con los problemas más serios de la existencia, el ‘ethos’ de la justicia, y el hontanar del narrar primigenio; aunque ciertamente hay ‘otra cultura española’ siempre soterrada, incluso cuando se la pone en los cuernos de la luna, que sí recibió esa impronta bíblica, pero fue minoritaria, el triunfo fue para los juegos del barroco, y pocos recepcionaron el discurso místico, él mismo sospechoso y perseguido, ni acompañaron al señor Miguel de Cervantes que confiesa el mismo que no quiso irse ‘con la corriente del uso’. La recepción de lo bíblico en la cultura predominantemente española nunca fue, en verdad, sino para la minoría que digo: exiliada también ella siempre como las Biblias, aunque viviese dentro su exilio, es interior, pero exilio”3

En segundo lugar, José Jiménez Lozano, quizás, de entrada, de la mano de Unamuno, pero seguro que también por otros muchos cauces, conoce bien el pensamiento de protestantes europeos como por ejemplo, el danés Sören Kierkegaard. Aprecia sus mensajes, por ejemplo, sobre las aves del Señor que aparecen en el sermón del Monte de Jesucristo, Mateo 6.25-34: “Así son el lirio y el pájaro maestros en la alegría”, cita del danés con la que Lozano encabeza sus Elogios y celebraciones. Si la filosofía de Kierkegaard os parece difícil de entender, os recomiendo que empecéis por sus sermones. Aquí tenéis a un filósofo sencillo y traslúcido. Una aproximación inusual pero segura, a su pensamiento más íntimo. Muchos saben del conocido padre del existencialismo por sus obras filosóficas. Pero, ¿cuantos conocen o han leído sus predicaciones? Lozano está al tanto de poetas anglicanos como John Donne y George Herbert. Y, por supuesto, conoce el pensamiento de Martín Lutero. Así, su amigo Stuart Park comenta que: “En homenaje a Lutero, Jiménez Lozano escribió su aviso a los pájaros a un Doctor amigo (Elegías menores), que viene encabezado por dos citas del Nuevo Testamento, en griego: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (S. Mateo 6.26); y “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno;” (Romanos 3.10)

Los señores pájaros, pinzones, mirlos y otros,
hicieron llegar en el otoño de 1534, al Doctor Martín Lutero,
una denuncia, y queja, acerca
de que Wolfgang Sieberger, su fámulo,
había comprado redes para cuando ellos, los señores pájaros,
pasaran por Wittenberg. La queja
estaba fundamentada, y se argüía en ella
que esperaban que el Doctor Lutero convenciese a su criado
de que pusiese unos cuantos granos en le lugar de las redes,
y de que no apareciese por allí antes de las ocho ante meridiem;
y citaban a Mateo 6.26. Mas los señores cuervos y los mirlos
añadían en un codicilo aparte su opinión firmísima
de que no hay hombre fiable, ni uno solo. Remitían
a Romanos 3.10, y aseguraban
que ellos no se pondrán al alcance del hombre nunca, porque
Pablo tenía razón: ni uno solo justo. Y ellos eran,
naturalmente, paulinos.4

Como le pasó a Unamuno, su conocimiento de la fe evangélica no es de oídas, sino fruto de un concienzudo estudio de sus autores. Por ello, no puede sino mostrar respeto y un aprecio nada disimulado por esta realidad universal, y, sin embargo, tan desconocida entre nosotros. Lozano es un ejemplo de intelectual riguroso, pues no desdeña lo que no conoce sino que procura entenderlo.

En tercer lugar, Jiménez Lozano, se considera heredero de esa rica y antigua tradición española caracterizada por la libertad, la pluralidad y la diversidad. No en vano, era amigo de Américo Castro y, como él, reivindicaba esa España de las tres culturas: la cristiana, la judía y la musulmana, visión sin la que, por mucho que se empeñen algunos, no podemos entender nada de lo que es realmente España. Y esto entronca con la fe evangélica patria, pues, la nuestra, la española, se sacia de esas fuentes de espiritualidad bíblica de los judeoconversos, entre otros, que culminarán con autores de la talla de Juan de Valdés, Constantino de la Fuente, Francisco de Enzinas, Juan Pérez de Pineda, Casiodoro de Reina, Antonio del Corro o Cipriano de Valera. Jiménez Lozano atisba ya esas íntimas y hasta ahora ocultas conexiones y raíces de la fe evangélica española. Pero es que, y este es el aspecto que más me interesa destacar ahora de José Jiménez Lozano, esta honda indagación le lleva a ser un genuino adalid de la libertad de conciencia. Su apología es genuina y a prueba de modas. Por ello, su obra está impregnada de un acendrado amor por este íntimo y esencial derecho humano, sin el cual, aún la misma fe cristiana no puede desarrollarse en plenitud. En su novela El Sambenito, uno de sus personajes afirma que: “Cuando no hay libertad para ser lo contrario, no puede saberse si todos los que aparecen como cristianos lo son en verdad”5 Un punto que ya había destacado nuestro gran Juan Calderón Espadero en su polémica con el teólogo jesuita catalán Jaime Balmes6 Pero, si ha habido una institución española que ha encarnado a las mil maravillas la oposición a la libertad de conciencia, esta ha sido la Inquisición Española. En su poco conocido prólogo a la edición de Hisperión de la clásica obra de Juan Antonio Llorente titulada Historia crítica de las Inquisición en España, Lozano se ocupa de los efectos deletéreos que la supresión de la libertad produjo en España. Nuestro premio Cervantes observa al calor de Llorente: “la pura y flagrante contradicción entre cristianismo e inquisición, pero también la degradación y corrupción intelectual y moral , social, política y religiosa, que el sistema inquisitorial representó en sí mismo y la sociedad que conformó, y de su condición esencial de maquinaria de violencia”7 Bien harían algunos hoy, que han salido en tropel a justificar algo tan nefando como la Inquisición española, leer estas páginas llenas de saber histórico, sentido común y amor por la libertad.

Da gusto pertenecer a una nación entre cuyos hijos más ilustres se encuentran personas como José Jiménez Lozano. Encarece al protestantismo hispano que, personas con esta calidad humana, y enorme sensibilidad espiritual y, al mismo tiempo, con una obra literaria de esta envergadura, mostraran sus simpatías por el mismo. De hecho, es una una honra para la propia España que el espíritu evangélico que también la caracterizó en su pasado, siga brillando con tanto lustre hasta el día de hoy, en mentes tan humildes y lúcidas como la de José Jiménez Lozano.

José Moreno Berrocal














1. Jiménez Lozano, José. Elogios y celebraciones. Pre- textos. Valencia 2005, p. 136
2. Ibid, p. 142
3Citado en Moreno Berrocal, José. La Biblia y el Quijote. Tesela nº 30. PMC Alcázar de San Juan 2007, p. 33,34
4Citado en Stuart Park, Las hijas del Canto. Camino Viejo, p. 19
5 Jiménez Lozano, José. El Sanbenito. Destino Barcelona 1972, p. 72
6En Moreno Berrocal, José y Romera Valero, Ángel. Juan Calderón Espadero. Primer cervantista manchego y primer periodista protestante español. CECLAM, p. 2017, p. 137ss
7En el prólogo a la segunda edición de Historia crítica de las Inquisición en España de Juan Antonio Llorente. Hiperíon, Madrid 1981, p. XXVII.

sábado, 21 de diciembre de 2019

MIENTRAS DURE LA GUERRA

MIENTRAS DURE LA GUERRA
Me ha conmovido profundamente la última película de Alejandro Amenábar Mientras dure la Guerra. De entrada, porque se haya ocupado con extraordinario rigor histórico de la amistad de Miguel de Unamuno con el pastor evangélico de Salamanca Atilano Coco. El punto álgido de la película es la intervención del rector de la Universidad el 12 de octubre de 1936. Lo que dijo Unamuno estaba garabateado en la carta que la esposa de Atilano le escribió a Unamuno para que este intercediera por su marido, que había sido detenido por las tropas sublevadas. Por cierto, Unamuno era lector empedernido de la Biblia, leía en varias versiones incluyendo la Reina-Valera, la versión de los reformadores españoles del siglo XVI y, en cuanto al Nuevo Testamento en particular, y como catedrático de griego que era, lo leía en su idioma original en la clásica edición de Nestle. Aprendió danés para leer al dramaturgo Ibsen y, de paso, leyó a Soren Kierkegaard, el gran filósofo y predicador protestante, padre del existencialismo y que tanto influyó en Don Miguel. El gran bilbaíno leía con avidez a los teólogos protestantes del momento. Su conocimiento es amplio, como puede notar cualquiera que haya leído su obra más famosa Del Sentimiento Trágico de la Vida. Conoció el pensamiento de K. Barth mucho antes que la mayor parte de sus contemporáneos. Este profesor suizo de teología fue el maestro de Martin Niemöller, el famoso pastor evangélico alemán que se enfrento con Hitler y  conocido por su poema:

“Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada
porque yo no era socialista
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí”

  El conocimiento de Unamuno del protestantismo no era solo un conocimiento libresco. Tenía contacto epistolar con varios pastores evangélicos. Además, Atilano Coco no era su única amistad protestante. Legendaria es la que mantuvo con Juan A. Mackay, el misionero escocés en Hispanoamérica que, a instancias de B.B, Warfield de Princeton, el más grande teólogo evangélico del siglo XX, estudió el castellano en España. Aquí tuvo la fortuna de conocer a Unamuno. Lo visitó en Salamanca y, posteriormente, en Hendaya, donde el bilbaíno se encontraba exiliado por la dictadura de Primo de Rivera. La huella de Unamuno en Mackay fue profunda y duradera, y no dejó de tener influencia en su obra en América. Así por lo menos lo recordará siempre el misionero evangélico, uno de los artífices del exponencial crecimiento evangélico en Hispanoamérica, y que hace que, en estos momentos, en algunos lugares del centro y del sur de América, haya ya más evangélicos que católicos. Siempre recordaré con afecto como durante mi estancia en Buenos Aires, tuve la ocasión de conocer el colegio de San Andrés, institución que fundó Mackay en Lima y cuyo modelo se propagó por otros lugares de Sudamérica. Adquirí la obra cumbre de Mackay, El Otro Cristo Español en el centro Kairós de la capital bonaerense, donde tuve también ocasión de conocer a René Padilla, uno de los teólogos evangélicos vivos más respetados de Hispanoamérica. En esta obra cuyo título alude a la de Unamuno, Mackay recuerda su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde cursó estudios en el Centro de Estudios históricos. Allí conoció a Juan Ramón Jiménez. Añade que, todavía entonces, 1915/16, se respiraba el espíritu del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, el genial andaluz don Francisco Giner de los Ríos. El Otro Cristo Español rezuma con el viril pensamiento unamuniano. Mackay llegó a afirmar que: “Don Miguel de Unamuno me parece ser el pensador más profético, el escritor más culto y el hombre más integral de todos los hombres de letras del siglo XX”. La obra de Unamuno muestra igualmente influencia de ideas bíblicas de talante evangélico. Así, en carta a su amigo, José Enrique Rodó profesor en la universidad de Montevideo, Don Miguel llega a afirmar: “Y yo, se lo repito, me siento con alma de luterano, de puritano o de cuáquero”. Tiene el rector salmantino unas entrañas inquietas, sedientas de inmortalidad. Pero, al mismo tiempo, vive con la constante duda a cuestas. Lo podemos apreciar en uno de los versículos bíblicos más apreciados por Unamuno, las palabras que el padre del muchacho endemoniado dirige a Cristo cuando el Salvador le llama a creer: “Creo, ayuda a mi incredulidad”, Marcos 9.24. El espíritu de Unamuno lucha con todos y consigo mismo. Tan solo parece encontrar sosiego en el Señor Jesucristo. Así se trasluce en uno de los más grandes poemas de la literatura castellana, su Cristo de Velázquez:

… Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida ...

Pero, la cinta es igualmente sobrecogedora porque al transportarnos a la Salamanca de los días de la sublevación militar contra la República, uno siente que está allí. En mi caso, son pocas las películas que consiguen un efecto como este. Creo que en este sentido, la magia de esta obra maestra es fruto de muchos factores. La calidad de todos los actores, sobre todo las interpretaciones de Karra Elejalde como Unamuno y de Eduard Fernández, como Millán Astray son antológicas. La puesta en escena es muy verosímil. El guión es espléndido y junto con la música del mismo Amenábar, consiguen que  se transmita la asfixiante atmósfera de aquellos terribles días. Es también destacable la gran sensibilidad con la que Amenábar retrata a los otros personajes históricos. Destacaría la angustia de la esposa de Atilano Coco, Enriqueta Carbonell. La honda y soterrada preocupación de las hijas de Unamuno, los temores del discípulo de Unamuno Salvador Vila, el profesor universitario y rector interino de la Universidad de Granada, tristemente confirmados con su detención y que desvela los verdaderos fines del alzamiento militar. Vemos a un Unamuno, perfectamente caracterizado por Elejalde, desencantado con la República. Pero también, en palabras del historiador Paul Preston, furioso por las consecuencias del alzamiento militar, que no respeta la disidencia, ya sea política o religiosa, y que recurre a métodos injustos, arbitrarios y crueles para eliminar a sus adversarios. La detención de Coco, que es lo que lleva a Unamuno a exclamar su mítico venceréis pero no convenceréis, estuvo a punto de costarle la vida en ese mismo momento. Pero en este gesto de valentía vemos aquí la enorme talla humana y cristiana del rector. Su osadía muestra al verdadero intelectual, que no contempla la vida desde un balcón, sino que baja a la calle, se identifica e interviene. Atilano Coco fue torturado y fusilado y, hasta el día de hoy, no se sabe dónde está enterrado. No fue el único pastor asesinado, hubo más, por ejemplo, Pedro de Vegas, amigo de Pío Baroja, que murió fusilado en Córdoba. Julio Caro en Bilbao, o Miguel Blanco Ferrer en San Fernando (Cádiz) por negarse a recibir el bautismo católico-romano. Unamuno, más o menos recluido en su casa desde que habló en la Universidad, falleció el último día de ese infausto año. Pero su gesto de defensa hacia los más indefensos no puede ser olvidado. Y eso es lo que consigue Amenábar con su gran película: que nos podamos sentir orgullosos de personas como Don Miguel de Unamuno y de otros tantos que fueron sus amigos, y también buenos cristianos y buenos españoles.

José Moreno Berrocal
Publicado en la edición impresa de la Revista del Ateneo de Alcázar 2019

sábado, 2 de noviembre de 2019

CASIODORO DE REINA Y LA REFORMA ESPAÑOLA

Casiodoro de Reina nació en Montemolín, cerca de Reina, provincia de Badajoz en 1520. Es posible que fuera de origen morisco, aunque no fuera granadino. Estudió en la Universidad de Sevilla, concretamente en el Colegio de Santa María de Jesús que seguía el modelo de la Complutense Alcalaína. Profesó como sacerdote en el monasterio de San Isidoro del Campo, a las afueras de Sevilla, perteneciente a la Orden Jerónima  Entró en contacto con las ideas de la Reforma de varios modos. En primer lugar, por medio de su estudio personal de la Biblia, a la que había sido adicto, según su propia confesión, desde muy joven. También conociendo a personas que le introducen en el pensamiento heterodoxo, tanto dentro del monasterio: el prior García Arias, conocido como el maestro Blanco; como fuera del mismo: del círculo de Egidio (Juan Gil) Finalmente, al tener acceso a lecturas de libros prohibidos, traídos desde Ginebra por Julián Hernández así como los que pudo obtener Antonio del Corro de su tío el inquisidor de Sevilla. Casiodoro Llega a ser maestro de doctrinas consideradas heréticas en Sevilla es decir, heresiarca. Posteriormente en el exilio es considerado como tal, conforme al testimonio que nos remite la Inquisición y por lo que se deduce por el tono y contenido de una carta que le envía Antonio del Corro a Reina en 1563.
En 1557 huye a Ginebra junto con sus padres, hermana y otros once monjes. Desde ese momento su vida conocerá a menudo muchos sinsabores: sufrirá la pobreza, la enfermedad y la incertidumbre. Su existencia será la de un exiliado y perseguido por la Inquisición. En 1558 ya está en Londres donde ejercerá como pastor y redactará la Confesión de Fe hispánica de 1560/61 en la que ya podemos observar su firmeza doctrinal protestante y su talante irénico. Se casa con Ana, hija de Abraham León de Nivelles, cristiano de trasfondo judío. En 1559, es pastor de la iglesia de los refugiados españoles que se reunía en un edificio en la calle St Mary Haxe. Las intrigas de la Inquisición le fuerzan a marcharse al continente en 1563. Su esposa viajó disfrazada de marinero. Allí es donde en Amberes comienzan su amistad con Marcos Pérez y su esposa Úrsula López de Villanueva, que eran sefarditas, convertidos al calvinismo. En 1564 en Montargis se encuentra con Antonio del Corro, y Juan Pérez de Pineda, donde consulta sobre la traducción de la Biblia al castellano. Después marcha a Frankfurt. En 1569 se imprime la primera traducción completa de la Biblia al castellano desde los originales hebreo y griego. Esta es su gran contribución a la Reforma Española. Es la Biblia del Siglo de Oro Español. Representa, por un lado el acervo bíblico castellano del que Casiodoro de Reina es su mayor depositario y, por otro, la recepción de las corrientes exegéticas europeas más vanguardistas, de las que el reformador de Estrasburgo Martín Bucero, será el ejemplo a seguir. Se la conoce como la Biblia del Oso por la imagen de este animal que aparece en la portada buscando miel de un panal. El emblema, entre otras cosas, alude a textos como el Salmo 19.10, donde se describe a la Palabra de Dios como más dulce que la miel y que la que destila del panal. La publicó en Basilea con la ayuda financiera de muchos individuos, entre ellos,  Marcos Pérez y su esposa Úrsula López de Villanueva y contando también con contribuciones de iglesias particulares. En 1573 publica los  comentarios al capítulo 4 de Mateo y al evangelio de Juan. En este comentario, dedicado a J. Sturm, rector de la universidad de Estrasburgo, aparece con claridad su fe trinitaria. Igualmente, su convicción de la importancia que tenía para la fe reformada el centrarse en las doctrinas troncales de la fe que compartían todos los cristianos reformados, y no caer en exageradas y enconadas divisiones por diferencias teológicas sobre puntos más secundarios sobre lo que no es tan fácil ponerse de acuerdo. Vemos aquí, igualmente, otra de las deudas de Casiodoro con el pensamiento de Martín Bucero. Desde 1579 a 1585 es pastor en Amberes. En 1585, condujo a su congregación desde Amberes a Frankfurt cuando la ciudad estaba a punto de sucumbir a las tropas del Duque de Parma. En Frankfurt creó un hospital para enfermos perseguidos y que hoy es un hogar de ancianos. En sus muros reposa el único cuadro de retrato de este extremeño universal. En 1594, Casiodoro de Reina dejó esta vida por una mejor en la presencia del Señor. Marcos, uno de sus hijos fue pastor en Frankfurt hasta su muerte en 1625. Otro hijo, Agustín Casiodoro llegó a ser profesor y traductor de lenguas. Ana, su querida esposa, falleció en 1612.
El legado de Casiodoro de Reina a la Reforma española es extraordinario. Por un lado, la puso al mismo nivel que la de los otros países, al conseguir dotar a la nación española de una Biblia en su propio idioma. Una traducción  que, revisada en varias ocasiones, la primera vez por otro compañero suyo de San Isidoro, Cipriano de Valera en 1602, es, hasta el día de hoy, la versión más usada entre los evangélicos españoles de ambas orillas del Atlántico. La Biblia del Oso, es una versión fiel a los originales hebreo y griego. Al mismo tiempo, tiene una gran calidad literaria. Nuestro gran novelista, Antonio Muñoz Molina, sostiene que la Biblia de Casiodoro: “tiene toda la furia y toda la poesía del español de La Celestina, toda la abundancia selvática del idioma en el que están escritas las Crónicas de Indias, el descaro del Lazarillo”. Por eso, tiene mucha razón nuestro querido teólogo evangélico Samuel Escobar cuando afirma que, con esta Biblia: “los mudos hablan y en buen castellano”.
Pero en segundo lugar, la herencia de Casiodoro de Reina reside en su defensa de la unidad evangélica sobre la base de las grandes doctrinas redescubiertas entonces: la salvación por la sola gracia y solo por fe exclusivamente en el Señor Jesucristo: el único evangelio que presentan las Escrituras. Esta unión protestante se expresa por medio de una actitud misericordiosa y pacificadora. Para Casiodoro, la iglesia cristiana se conoce por un talante bíblico que sostiene, en palabras del Apóstol Pablo a los efesios: “la verdad en amor”, Efesios 4.15. Esta actitud conciliadora es una de las que identificaba a nuestros reformadores españoles en Europa. Al apuntar a la señales de la verdad y del amor, como las marcas de la iglesia de Cristo, algo que se destaca muy notablemente en sus escritos, particularmente su Confesión de Fe, Casiodoro de Reina continua siendo un referente imprescindible para los evangélicos españoles hoy.

José Moreno Berrocal.

sábado, 20 de julio de 2019

HACE 50 AÑOS ...


Era un 20 de julio de 1969, cuando el Apolo XI se posaba en la superficie de nuestro satélite. Fecha inolvidable cada 20 de julio, es el cumpleaños de mi querida madre. Pero, de aquellos días, en concreto, me cuenta cómo vimos el acontecimiento en una televisión de la marca Telefunken. Muchos nos sabemos de memoria las primeras palabras del comandante Neil Armstrong al pisar la Luna: “Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la Humanidad”.  Como parte de las conmemoración de aquel gran evento, se están exhibiendo grandes documentales como Destino a la Luna: Un lugar más allá del cielo de Robert Stone o 8 Días del Apolo 11 de Anthony Philipson entre otros. Estos impresionantes testimonios, algunas veces con materiales, más o menos inéditos, nos permiten a algunos regresar a esos momentos nuestra infancia cuando el primer hombre llegó a la Luna. También mi adolescencia está marcada por la llamada conquista del espacio, algo que se vivía con gran intensidad emocional. Recuerdo, y no era el único, que muchos queríamos ser astronautas de mayores. ¡Hasta soñábamos con construir nuestros propios cohetes! Nuestro mundo era el de la de las naves Apolo, pero también el de las películas y series de ciencia ficción que por entonces estaban en auge. Nos fascinaba el espacio y la exploración del mismo. ¡Quería tener un telescopio! El espacio exterior se consideraba la última frontera. Muchos disfrutábamos insaciablemente de todas las noticias acerca de la carrera espacial, e incluso de los muchos libros de Astronomía que leía con avidez y, claro, las películas o series de ciencia ficción estaban entre nuestra favoritas. !Aún hoy me siguen fascinando !Son tantas! Particularmente recuerdo La guerra de las Galaxias y a mi madre llevándonos al cine Alcázar a ver lo que ella llamaba “las latas”. Tuvimos que ir hasta tres veces, según me dice, antes de poder entrar, ya que no había entradas disponibles. Me impactó la inquietante  El planeta de los simios y La Odisea del Espacio. A mí me encandiló la serie Espacio 1999 con ese gran actor Martin Landau. Por supuesto, esto lo habíamos encadenado muchos de nosotros a lecturas como  Un viaje a la Luna del genial Julio Verne.
También me acuerdo mucho de mi primera visita a Houston y contemplar alguno de los cohetes. Me preguntaba y me pregunto todavía cómo pudieron  naves, tan aparentemente frágiles, llevar al hombre a la luna. Me lo pasé bien con la cinta Apolo 13, con Tom Hanks representado al astronauta Jim A. Lovell  y la mítica frase: “Houston, tenemos un problema”.  … Me ha fascinado la Trilogía Cósmica de C.S. Lewis: Más Allá del Planeta Silencioso, Perelandra y Esa Horrible Fortaleza. El punto de vista de Lewis es curioso. Somos nosotros, los humanos, los que somos los malos, dice Lewis y, en todo caso somos nosotros los que lo exportamos o podemos acabar llevando el mal a otros mundos. Lo más extendido es pensar que el mal viene a nosotros, ejemplificado para siempre por la maravillosa La Guerra de los Mundos de H.G. Wells.
El reciente estreno de El Primer Hombre, otra cinta sobre el piloto, ingeniero y profesor universitario Armstrong, me traía de nuevo a la memoria la fe cristiana de muchos de estos hombres del espacio. Armstrong no era una excepción en ese sentido, aunque fuera más comedido que otros. Otros muchos astronautas dieron, igualmente, testimonio de su fe, en particular, usando palabras de la Biblia. Así, su compañero en el Apolo XI, y que también pisó la Luna, Buzz Aldrin, anciano de una iglesia presbiteriana en Houston, en aquellos días de julio de 1969 quisó recordar en el espacio la pasión y muerte de Cristo por los pecadores, llevando consigo en su equipo de astronauta algo de pan y de vino. Para ello, usó las palabras de Jesús en Juan 15.5: “Yo soy la vid y vosotros las ramas; el que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no podéis hacer nada”.  Además, se nos dice, dio: “... gracias por la inteligencia y el espíritu que había traído a dos jóvenes pilotos al Mar de la Tranquilidad”. Otro astronauta famoso, también de fe protestante, fue John Glenn. Fue el primer hombre que orbitó la Tierra. Recibió el premio Príncipe de Asturias de Cooperación en 1999. Con motivo de la rueda de prensa que dio en Washington, aludió a la seriedad con la que se tomaba su fe, habiendo enseñado en la escuela dominical de su iglesia y cómo la parábola de Jesús sobre los talentos había determinado su actitud ante la vida. James Irving fue el octavo hombre en pisar la Luna en 1971, de hecho se paseó por la misma en una especie de todoterreno lunar. De fe evangélica habló de “cómo había sentido el poder de Dios como nunca antes”. Al mirar a las montañas lunares recordó las palabras del Salmo 121: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra”. La primera misión tripulada alrededor de la Luna fue la del Apolo VIII. Estando ya en la órbita lunar, el piloto del Módulo lunar William Anders anunció que la tripulación de la nave quería enviar un mensaje a la Tierra. El mensaje consistió en la lectura de Génesis 1.1-10. Lectura que fue realizada por los tres tripulantes de la nave, el ya mencionado Anders, el piloto del Módulo de Mando Jim A. Lovell, y el comandante de la nave Frank Borman. El Génesis comienza con estas preciosas palabras: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, Génesis 1.1.
Hace años, nuestro querido astronauta (de la Agencia Europea del Espacio ESA) y ahora ministro Pedro Duque quiso rendir un tributo a Armstrong con motivo de su muerte. En el mismo, Duque, que lo conoció a través de John Glenn,, recuerda algunas de las peripecias de aquel primer alunizaje y la destacada, aunque muy desconocida contribución del comandante al rotundo éxito de la misión. La decisión final de alunizar fue suya. Incluso menciona como el polvo de la luna que recogió de motu propio, contenía el helio 3, un elemento que apenas existe en la tierra, pero que, aparentemente, constituye una de las esperanzas, de, algún día poder generar energía nuclear en la tierra !sin residuos! Duque nos recuerda que, según su propia familia, Armstrong era “un héroe reacio”, “pero más héroe que nadie,” apostilla Duque. Armstrong, añade Duque “no gustaba de la adulación y prefería hacer su labor calladamente”. Pero, si hay un testimonio más que nos ha llegado del personaje, y que retrata bien su vida y convicciones. Fue durante su visita a Jerusalén en 1988. Conducido por un arqueólogo a los restos de los peldaños del Templo de Herodes, que, aparentemente, todavía se conservan, y por las que Jesús tuvo que, necesariamente, haber caminado para entrar en el  mismo, Armstrong afirmó que: “Para mí significa más haber pisado estas escaleras que haber pisado la Luna”. El primer ser humano que pisó la luna remarca que las pisadas más trascendentales de la Humanidad fueron las de Jesús de Nazaret cuando vino a la tierra para ser nuestro Salvador.  Su mensaje final es que lo fundamental de nuestra vida es la identificación con el Dios y Salvador que, por amor a una Humanidad perdida, pisó nuestra Tierra, no la Luna, para subir a una cruz, no a una nave especial, y dar así su vida en rescate por la nuestra. El paso más trascendental, y con consecuencias eternas para cada uno de nosotros, que todos debemos dar es el de seguir a Jesús como nuestro único Mediador, Señor y Salvador.

José Moreno Berrocal

lunes, 24 de junio de 2019

HARRY BLAMIRES Y LA MENTE CRISTIANA

Me enteraba recientemente, por Geoff Thomas, un conocido predicador galés, y próximo ponente de las Conferencias Cipriano de Valera, de la muerte del profesor, escritor y crítico literario cristiano Harry Blamires con 101 años, el pasado 21 de noviembre de 2017. Y, aunque el autor de La Mente Cristiana, posiblemente su libro más destacado, puede que no signifique mucho para los lectores de este blog, su pensamiento e influencia en muchos otros pensadores cristianos, que si son conocidos entre nosotros, hace que sea bueno reflexionar sobre su legado. Sobre todo porque, si se lee o relee, como he hecho en estos días, La Mente Cristiana, uno no puede dejar de quedar asombrado nuevamente por la relevancia actual del tema y del enfoque que le da Blamires.
La impresión que me causó la primera lectura de La Mente cristiana es tan vívida que aún recuerdo donde lo leí, concretamente en Reading (Inglaterra) hace ya bastantes años.  Esta obra apareció en 1963, el mismo año en el que murió uno de los maestros de Blamires, C.S. Lewis. Como el autor de Las Crónicas de Narnia, Blamires tiene un estilo lúcido que lo hace muy comprensible. Uno puede detectar muchas de las ideas de Lewis en Blamires, sin que por ello deje de ser muy original en sus planteamientos. Sobre el poso de Blamires y de su obra en otros cristianos, John Stott dijo que: “Uno de los libros más influyentes que he leído es el del Dr Blamires La mente cristiana ya que enfatizaba la importancia de pensar cristianamente”. El gran libro de Stott Con todo tu ser, creer es también pensar, refleja a la perfección la posición de Blamires. Otro autor que se hace eco del mismo es Os Guinness. En su Amarás a Dios con toda tu mente, reconoce igualmente su deuda con Blamires. Guinness leyó La mente cristiana en el mismo año en que se publicó. Confiesa que le alertó del gran peligro que representaba y representa el antiintelectualismo para la fe cristiana. Una organización tan admirable como es The Christian Institute ha reconocido tener una deuda impagable con Blamires en sus orígenes.
Pero, ¿En qué consiste tener una mente cristiana? Para Blamires, pensar cristianamente “es aceptar que todas las cosas están relacionadas, directa o indirectamente, con el destino eterno del hombre como un hijo escogido y redimido por Dios”. La mente cristiana se caracteriza por seis marcas. En primer lugar tiene una orientación sobrenatural. Para Blamires, esta era la principal marca de la mente cristiana. Significa que el cristiano: “cultiva la perspectiva eterna”. Es decir, esta vida es: “ una experiencia inconclusa que, sin embargo nos sirve de preparación para la venidera … este mundo no es nuestro verdadero o último hogar” añade. En segundo lugar, el cristiano es consciente del mal, es decir, de que este mundo es un campo de batalla entre las fuerzas del bien y del mal. Este aspecto de una lucha cósmica está también muy presente en Lewis, con sus magistrales obras sobre el diablo, e incluso en su llamada trilogía espacial. En tercer lugar, la mente cristiana se atiene a la verdad. Es decir, la realidad es tal  y como la define la verdad revelada por Dios. Hay una aceptación y un sometimiento a la autoridad completa y final de Dios que encontramos en su Palabra. Este sería el cuarto elemento que señala Blamires. En quinto lugar, la mente cristiana realza la importancia de la persona, sostiene un concepto bíblico de lo que es una persona. Curiosamente, Blamires no lo hace desde la imagen de Dios en el hombre, sino desde el hecho de la encarnación del Hijo de Dios. Aquí nuevamente podemos observar la influencia de Lewis para el que la obra de Atanasio sobre la Encarnación era troncal para definir la fe cristiana. Finalmente, la mente cristiana aprecia en toda lo bueno y atractivo de este mundo, un reflejo y poderoso testimonio de la bondad del Dios Creador. Es decir, muestra que “las positivas riquezas de esta vida se derivan de lo sobrenatural. Nos enseña que crear belleza o experimentarla, reconocer la verdad o descubrirla, recibir amor o darlo, es entrar en contacto con las realidades que expresan la naturaleza divina”. Varios textos podrían ilustrar la idea de Blamires. El pasaje de Hechos 14.15-17: “ ... el Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay, en las edades pasadas  ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos;si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” o Filipenses 4.8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Seguro que se podrían añadir otras características a las esbozadas aquí. Creo que el denominador común de las mismas se encuentra en esa perspectiva eterna de todas las cosas que solo el cristiano puede tener.
La importancia del pensamiento de Blamires, y de todos los que le siguieron reside en la importancia de la mente en la vida cristiana. Esta tiene que ser cultivada y desarrollada. Hemos de recordar que todo cristiano tiene ya la mente de Cristo, 1ª Corintios 2.16. Es decir, se nos ha concedido, por el Espíritu de Dios, la capacidad para ver las cosas, tal y como son, desde el sentido único que otorga la Persona de Cristo crucificado. Tenemos el privilegio de valorar y crecer en nuestra comprensión de este mundo y del venidero desde el Evangelio. Abundemos en ello para la gloria de Dios en Cristo en nuestras vidas. Somos llamados también a amar a Dios con toda nuestra mente, Marcos 12.30.
José Moreno Berrocal

EL CONSUELO DEL PACTO DE REDENCIÓN