miércoles, 20 de diciembre de 2017

LUTERO Y LA IMPORTANCIA DE LA NAVIDAD


En este año en el que estamos recordando 500 años del comienzo de la Reforma Protestante del siglo XVI, resulta fascinante reflexionar sobre la importancia que el reformador alemán Martín Lutero le daba a la Navidad. Uno de los muchos estudiantes que se alojaba con Lutero comentaba que al acercarse la Navidad: “todas las palabras, canciones y pensamientos del reformador estaban centradas en la encarnación del Señor”. Este mismo estudiante añade que, en una ocasión, suspirando dijo: “¡Qué pobres somos al permanecer tan fríos e indiferentes ante este gran gozo que nos ha sido concedido! Porque, de hecho, este es el regalo más grande que se nos ha otorgado, y que excede a todo lo que Dios ha creado. Y, sin embargo, creemos muy perezosamente, aunque los ángeles lo proclaman, lo predican y lo cantan, resumiendo su canción el todo de la fe cristiana que es ¡Gloria a Dios en las alturas! y que es el mismo corazón de la adoración”. Lutero alude aquí al pasaje de Lucas 2.14 que recoge ese himno de alabanza de las huestes celestiales a Dios, por el nacimiento del Mesías, delante de los pastores, en aquella primera nochebuena. Estas afirmaciones del reformador alemán nos proporcionan ya una pista sobre su forma de enfocar la Navidad: la inquebrantable conexión que hay entre la gloria de Dios y Cristo encarnado.
Lutero fue un autor muy prolífico y se conservan muchas obras suyas. Pero el historiador Roland Bainton sostiene que: “el mejor Lutero y el más característico aparece en sus sermones sobre la Navidad”. Examinemos algunas de los mensajes de Lutero que se centran en este tema. Celebrar la Navidad, para Lutero, es reflexionar profundamente sobre el hecho histórico de la encarnación, que Dios el Hijo, tomó carne como la nuestra, para salvarnos. De entrada, parémonos sobre su famosa obra sobre El Magnificat, el canto de alabanza de la virgen María, con el que exalta a Dios como su Salvador, y en el que se regocija por llevar en su seno al Señor, y que se encuentra en Lucas 1.46-55. Lutero dice, comentando el versículo 54: “Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia”, que María lo concluye: “mencionando la mayor de todas las obras de Dios, la encarnación del Hijo de Dios”. El reformador alemán encomia así la Navidad porque Cristo vino a este mundo para redimir a su pueblo: “del poder del diablo, del pecado, la muerte, el infierno, y para conducirlo a la verdad, la vida eterna y la salvación. Esta es la ayuda que canta María. Como dice Pablo en Tito 2.14: Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad”.
Asimismo, Lutero disfruta de la paradoja que representa el hecho de que la victoria de Dios sobre el pecado y sus consecuencias, se encuentra en un niño. Y es que la sabiduría de Dios excede a toda nuestra inteligencia. La imagen de un recién nacido concita la idea de debilidad e indefensión, lo último que podríamos asociar con la idea de la divinidad. Y, sin embargo, es en Cristo donde aparece el poder de Dios para salvación: “para mí no hay mayor consolación dada a la humanidad que ésta, que Cristo se hiciera hombre, un niño, un bebé … Ahora está vencido el poder del pecado, la muerte y el infierno … si vienes a este bebé que hace gorgoritos y crees que ha venido, no a juzgarte, sino a salvarte”. En otro mensaje, predicado en 1543, sobre el texto de Isaías 9.6: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz”, Lutero dijo: “El Hijo de Dios descendió del cielo a este estado de humildad y vino a nosotros en nuestra carne, se encarnó en el vientre de su madre y se colocó en un pesebre y fue hasta la cruz. Esta es la escalera que colocó en la tierra para que por ella, pudiéramos ascender a Dios. Este es el camino que debes tomar. Si te apartas de este camino y tratar de especular acerca de la gloria de la Majestad Divina- sin esta escalera- inventarás cosas maravillosas que irán más allá de tu horizonte, pero lo harás a costa de dañarte a tí mismo”. Lutero está aquí haciéndose eco de uno de los temas fundamentales de su teología, su rechazo a conocer a Dios fuera de Cristo Jesús. El ser humano puede intentarlo y, de hecho, lo intenta, dice Lutero, pero solo en Cristo nacido y crucificado para nuestra salvación conocemos a Dios verdaderamente. Como enseñó el mismo Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí”, Juan 14.6.
Lutero era un hombre eminentemente práctico y un predicador sorprendente. Así, comentando el hecho de que no hubo lugar para José y María en el mesón de Belén, dice: “hay muchos que estaréis pensando para vuestros adentros ¡si tan solo yo hubiera estado allí! ¡me habría dado mucha prosa en ayudar al bebé! …. lo decís porque conocéis ahora la grandeza de Cristo. Pero si hubiérais estado allí, entonces, no lo habríais hecho mejor que los habitantes de Belén” y añadió: “ Tenéis a Cristo en vuestro vecino. Debéis servirle, porque lo que hacéis a vuestro vecino que está en necesidad, se lo hacéis a Cristo mismo”. La aplicación que hace Lutero no puede ser más apropiada, recibir a Cristo como Salvador implica necesariamente ayudar al más necesitado.
Celebrar, pues, la Navidad, es encontrar a Dios exclusivamente en el niño nacido de la virgen María, en Jesús, El Hijo de Dios. Es admirar a Dios por sus asombrosos caminos de salvación para con los hombres. Es descansar en el hecho de que nuestra salvación está asegurada en Cristo Jesús, Dios hecho carne. Y, si somos cristianos, es, igualmente, auxiliar al que precise de nuestro favor. La Navidad es Dios mismo viendo a nuestro encuentro en nuestra propia humanidad, para ser así, ese Dios y Hombre Salvador nuestro, por la sola fe en Cristo.
José Moreno Berrocal