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miércoles, 22 de julio de 2020
J. I. PACKER Y LA SANTIDAD
La primera persona que recuerdo que me habló con entusiasmo de J.I. Packer fue Virtudes Merlo García. Esto fue el mismo año que la conocí, en 1986. Y no era para menos su pasión por el gran autor inglés, que acaba de fallecer a los 93 años, pues fue por medio de la lectura de uno de sus grandes libros: Conociendo a Dios, que el Señor salvó a la que llegaría ser mi esposa. Virtudes leyó este libro en francés en una edición de Grace et Verité, publicada en Mulhouse (Francia) en 1983, justamente diez años después de la aparición del libro en inglés. Por aquel entonces Virtudes, a instancias de su querida amiga Jean Pleasance, ahora Woods, vivía en esa preciosa villa alsaciana. Allí, asistía a la iglesia evangélica del lugar. Fueron los hermanos de la congregación los que pusieron en sus manos el libro que iba a cambiar su vida para siempre. Esta era una iglesia fundada por la European Mission Fellowship bajo el pastorado de Gérard Grosshans. La traducción al castellano del libro Conociendo a Dios que yo leí, fue publicada por Oasis-Clié en 1985. En la misma tengo anotado la fecha en la que lo compré: 1 de abril de 1986, y la razón por la que lo hice, por recomendación de Virtudes y de Francisco Ruiz, amigo y en la actualidad pastor en la iglesia evangélica en Tomelloso. Por ello, para nosotros, J. I. Packer no es un autor más, sino que es parte de la historia espiritual de nuestra familia.
Pronto descubrí por mi mismo que Packer era uno de esos grandes escritores evangélicos de los que uno no puede prescindir. De entrada, la sorpresa de descubrir que nos gustaban los mismos autores. Y es que ¡Packer también apreciaba a John Owen!, al que el célebre predicador evangélico C.H. Spurgeon calificó como el príncipe de los puritanos. De entre todos los autores puritanos, Owen fue el primero que leí, y el que más me ha influenciado. Disfruto y aprendo de sus libros más que de cualquier otro escritor puritano. Packer también reconoce su deuda con John Owen en muchas de sus obras. Así, por ejemplo, en su monumental estudio sobre el puritanismo, A Quest for Godliness, donde la figura de Owen, junto a la del otro gran puritano que Packer admiraba Richard Baxter, recibe un amplio tratamiento. Para Packer, que había nacido en 1926, en Gloucester, (Inglaterra) Owen es el más grande de los teólogos puritanos. Otra curiosa coincidencia es que Packer recomendara, de entre todas sus obras, las conocidas como obras prácticas de Owen (no se quién le puso ese nombre a algunas de las obras de Owen, para mi, todas son muy prácticas) entre las que se encuentran su tratado Sobre la mortificación del pecado. Recuerdo que la primer vez que leí este libro fue en 1985. Por cierto, este expresión, mortificación, suena horrorosa en nuestros días, pero Owen se distancia de la idea católica-romana de mortificación y escribe sobre lo que podemos llamar la mortificación evangélica del pecado. Que hay un deber cristiano de dar muerte al pecado que mora en nosotros, nadie debería dudarlo,como pone Pablo de manifiesto en Romanos 8.13. Pero la mortificación de la que escribe Owen solo es posible por medio de la fe en la obra de Cristo en la cruz, cuyo poder experimentamos por medio del Espíritu del Señor Jesús, el Espíritu Santo. Este cristocentrismo que identifica a Owen, aparece también en los escritos de Packer, para en su caso, desechar una idea ascética y pasiva o mística sobre la mortificación del pecado. Pablo escribe de “hacer morir las obras de la carne”. Es una obra activa del creyente con la energía del Espíritu Santo. Este aleja a la exposición de Owen, al igual que a la de Packer, del legalismo y/o moralismo que insinúa que es una obra que solo hace uno mismo, y de la idea mística de que solo Dios lo hace, por lo que ¡dejemos que solo El lo haga! Una idea muy popular en círculos evangélicos a la que se enfrentaron no solo Packer, sino también M. D. Lloyd- Jones entre otros. La obra de la mortificación del pecado que mora en nosotros (por cierto, El pecado que mora en el creyente es el título de otra de las obras prácticas de Owen y que también apreciaba y mucho Packer) tiene que ser evaluada en el contexto más amplio de lo que considero que es el corazón del mensaje que Packer quiso dejarnos como su legado más duradero: la santidad. Y es que la mortificación es solo un aspecto más de un tema mucho más extenso en las Escrituras, a saber, que hemos sido salvos para ser como el Señor Jesucristo. La santidad es, esencialmente, reflejar a Cristo, como Pablo enseña en Romanos 8.29: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. La santificación contiene, pues, un aspecto negativo, morir al pecado, pero con el propósito de venir a ser como el Señor. Packer solía también recomendar otra gran obra de otro de sus escritores favoritos J.C. Ryle, Holiness, Santidad. Así lo hace, por ejemplo en A Passion for Holiness. Este impulso a la obra del obispo de Liverpool muestra donde estaba su corazón. Algunos de los capítulos de este libro se han publicado en castellano por el Estandarte de la Verdad en El Secreto de la Vida Cristiana y Nueva vida. Holiness es un libro que me regaló Bob Sheehan, uno de mis más queridos profesores del seminario.
La santidad es, pues, el hilo conductor de la obra escrita del teólogo inglés que acabó afincado en Vancouver, Canada, desde donde su impronta se extendió por todo el mundo. Como ha escrito mi buen amigo José de Segovia: “Si hay alguien que ha dedicado toda su vida a pensar sobre la santidad, ese es Packer. Su obra no es solo una clara y concisa exposición bíblica sobre la necesidad de la obra del Espíritu en la vida del creyente, sino también una advertencia sobre el perfeccionismo y las enseñanzas sobre la vida cristiana victoriosa que ignoran la realidad del pecado. No conozco obra más profunda sobre la santidad que Caminar en sintonía con el Espíritu”. Con estas palabras José de Segovia presentaba el que, posiblemente, sea el volumen más influyente de Packer después de Conociendo a Dios. El título: Caminar en sintonía con el Espíritu alude a Gálatas 5.25: “Si vivimos por el Espíritu, andemos (avancemos) por el Espíritu”. El valor de la obra en castellano publicada por Andamio en 2017, es que añade nuevas y provechosas reflexiones de Packer. Son las que realizó para la reedición del libro en inglés en 2005, a una obra que originalmente data de 1984, y que en su día fue asimismo un controversial tratamiento del movimiento carismático. Como José de Segovia, considero, igualmente, que estamos ante una obra magistral. Y esto se debe al hecho de que contiene una madura y brillante exposición de la naturaleza de la santidad en la Biblia. Esta sería la antigua posición evangélica sobre la santidad, la de los reformadores y los puritanos, también la de Agustín de Hipona. Se puede caracterizar, a grandes rasgos, como la idea de que la vida cristiana es, fundamentalmente, una lucha contra Satanás, el pecado que mora en nosotros, y el mundo. Packer deliberadamente contrapone su exposición a la visión que, desde Wesley en adelante, presentó la vida cristiana como una cierta posibilidad de victoria completa del creyente frente al pecado en este mundo caído. Pero, como ya enseñaba el gran teólogo de Princeton (EE.UU.) B.B.Warfield, esto solo es posible si reducimos el concepto del pecado a meros actos externos y a algunos estados del alma muy particulares. Pero el pecado en la Biblia es algo que empapa a la persona mucho más allá de lo que, a menudo, imaginamos. Es decir, la Biblia es muy realista. ¿Por qué si no tendríamos textos como: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión”, Salmo 19. 12,13 o Mateo 7.3-5: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Packer, comentaba que, en realidad, a algunos de estos cristianos que conoció en Oxford, donde Packer se había convertido, se les daba muy bien engañarse a sí mismos, al pensar que podían obedecer perfectamente la Ley de Dios. En una obra posterior titulada Laid-back religion (nunca traducida al castellano) y que el mismo Packer consideraba como un resumen de Caminar en sintonía con el Espíritu ( y que a mi me parece más bien una ampliación) nuestro teólogo se refiere también a ciertas formas de pietismo que, en general, definían la santidad también muy estrechamente. En concreto, en términos de una mera oposición a una serie de prácticas que se consideraban mundanas. Por ejemplo, con respecto a la bebida, el asistir al teatro o al cine, leer novelas, el baile, o incluso a la cosmética, entre otros temas. Si uno no incurría en determinadas prácticas, entonces era santo. Pero esta manera de concebir la santidad, la abstención de lo que Packer denominaba ciertos tabúes, cerraba peligrosamente los ojos a lo que es una influencia más sutil y perniciosa del pecado. La que tiene que ver con lo que ya C.S. Lewis calificaba como los peores pecados, los del espíritu: el orgullo de no hacer lo que otros si hacen, y la crítica insensible y desmedida a otros, considerados menos santos que uno, ¡por hacer lo que hacen! En su lugar, Packer coloca la santidad en una vida en la que se manifieste una creciente humildad, humanidad, consideración y compasión. Y es que el creyente es consciente de su debilidad y fragilidad por causa de ese pecado que mora en él. El hijo de Dios tiene que recordar frecuentemente que pecar no es algo meramente externo; sino que reside igualmente en actitudes internas pecaminosas y que, dolorosamente, dejan su huella en nuestras conciencias. Por ello el creyente se humilla y, al mismo tiempo muestra compasión hacia los demás. En palabras J. I. Packer en Laid-back religion: “Cuanto más cerca estamos de Dios, más vemos el pecado que permanece en nosotros (ya que la luz de Dios lo muestra) y más bajos nos vemos en nuestra propia estimación. No es demasiado decir que la santificación y una humildad realista van de la mano”.
Comenzaba esta apreciación de Packer con su gran obra Conociendo a Dios y quisiera terminar con ella. El tema del libro es Dios y sus atributos. Pero Packer nunca concibió el conocimiento de Dios como algo meramente nocional, sino como un conocimiento revelado del ser de Dios por la Escritura, que nos lleva a experimentar la realidad salvadora de Dios. El auténtico conocimiento de Dios es relacional y transformador: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”, Juan 17.3. Packer sostenía que la santidad bíblica está íntimamente conectada con Dios, ya que la santidad es, esencialmente, vivir para Dios, centrados en Dios y no en uno mismo. Cuando conocemos a Dios como Padre, de una manera salvadora en Cristo, nuestro Señor, entonces apreciamos que debemos vivir para El, y no para nuestros intereses y egoísmos. Experimentar la salvación de Dios Padre en Cristo por el Espíritu Santo, es, sencillamente, descubrir que hay algo más grande que nosotros, por lo que si merece la penar vivir: ¡La gloria de Dios! Y en esto consiste la santidad.
José Moreno Berrocal.
jueves, 16 de julio de 2020
JOSÉ JIMENEZ LOZANO Y LA LIBERTAD DE CONCIENCIA.
José
Jiménez Lozano, que falleció el pasado día 9 de marzo, era uno de
esos pocos intelectuales españoles que conocían bien el
protestantismo. A diferencia de otros, no se acercaba al mismo
cargado de prejuicios. A estos bien se les puede aplicar el poema de
Machado:
Castilla
miserable, ayer dominadora,
envuelta
en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
…
Castilla
miserable, ayer dominadora,
envuelta
en sus harapos desprecia cuanto ignora.
La
obra de este premio Cervantes y de las Letras, entre otros muchos
galardones, muestra un gran respeto por la fe reformada. De hecho,
contribuyó con su pluma a varias publicaciones evangélicas como la
revista de teología Alétheia. Entre sus amigos se contaban
creyentes como Audelino Gónzalez o Stuart Park (con Stuart compartía
su amor por la Biblia y por los pájaros. Una afición que también
tenía John Stott, por cierto. Park, de hecho, ha escrito un precioso
libro en el que reflexiona sobre las aves del cielo en la tradición
bíblica y la poesía de José Jiménez Lozano, titulado Las Hijas
del Canto. El mismo Lozano
escribió el prólogo de esta preciosa obra) Jiménez Lozano
engrosaba la lista de ilustres autores españoles que se habían
molestado en indagar sobre el protestantismo, huyendo de caricaturas
y clichés. Lo han hecho entre nosotros escritores de la talla de
Miguel de Unamuno o, más recientemente, Miguel Delibes (gran amigo
de Jiménez Lozano y al que sucedió como Director del periódico el
Norte de Castilla) Antonio Muñoz Molina, o José Luis
Villacañas. Pero Jiménez Lozano vierte sobre el protestantismo la
gran característica de toda su obra, su defensa de la verdad pura y
sin adornos, venga de donde venga y diga lo que diga, por muy
políticamente incorrecta que esta pueda llegar a ser
Las
razones por las que Jiménez Lozano se interesa por la fe evangélica
pueden ser variadas. Pero yo destacaría tres, por lo menos. De
entrada, su propio conocimiento de la Biblia. Esto hacía de Jiménez
Lozano un outsider dentro de la cultura española, pues,
lamentablemente, son pocos los que se interesan o conocen bien el
texto bíblico entre nosotros. Esto es un grave defecto que arrastra
nuestra cultura hasta nuestro días y del que no son ni siquiera
conscientes los aquejados de este mal. Pero, en su caso, su
conocimiento es excepcional. Lo vemos en narraciones como Sara de
Ur o El Viaje de Jonás. Se puede apreciar en su poesía,
que, para algunos de nosotros es prodigiosa. A mi no me importa decir
que lo tengo como a uno de mis poetas favoritos:
CARTA
A LOS ROMANOS
¿Has
ido a ver a un místico, a un filósofo
ateo?
¿Para qué? No creas una palabra
de
hombre. Todos mienten.
Lee
a Pablo: óuk estiv eod
évós.
Ni uno
bueno
entre los hombres. Enciende
tu pipa, aspira el humo, y ríe.
El mundo pasa.1
O su enorme GETHSEMANÍ que muestra
su profunda compresión de lo que representó aquel momento para el
Señor:
Una noche con luna,
el cárabo gritando, cuchillas
ojivales las hojas del olivo, tanto
frío
en la garganta, el sueño,
sacrificados los corderos
para la Pascua, olor a sangre,
el aroma agrio del poder de Roma.
Los ángeles bajaron una copa
de estaño desde el cielo
inhabitado;
la orina de los dioses y esputos,
el semen y la sangre podridos de la
historia.
Y apuró el cáliz.2
Curiosamente, Jiménez Lozano, era consciente del daño que esa ignorancia de la Biblia había causado a nuestra propia cultura española: Dice nuestro premio nacional de 1992: “en el imaginario popular católico de los españoles, hasta ayer por la mañana por lo menos, la Biblia fue tenida por ‘cosa de los protestantes’, porque la Biblia en lengua vulgar, protestante fue
hasta
el XVIII. Lo que esto supone-el exilio de una cristiandad de la
Escritura, y el exilio de una cultura como la española del mundo
bíblico- es un enorme ‘hándicap’ que tanto la cristiandad como
la cultura española han pagado y siguen pagando muy caro. Para la
cultura concretamente, tanto en el plano del pensamiento como en el
del arte e incluso en el de las actitudes existenciales, supone el
haber sido privada de un enfrentamiento con el pensar histórico e
historias de una radicalidad total, con los problemas más serios de
la existencia, el ‘ethos’ de la justicia, y el hontanar del
narrar primigenio; aunque ciertamente hay ‘otra cultura española’
siempre soterrada, incluso cuando se la pone en los cuernos de la
luna, que sí recibió esa impronta bíblica, pero fue minoritaria,
el triunfo fue para los juegos del barroco, y pocos recepcionaron el
discurso místico, él mismo sospechoso y perseguido, ni acompañaron
al señor Miguel de Cervantes que confiesa el mismo que no quiso irse
‘con la corriente del
uso’. La recepción de lo bíblico en la cultura predominantemente
española nunca fue, en verdad, sino para la minoría que digo:
exiliada también ella siempre como las Biblias, aunque viviese
dentro su exilio, es interior, pero exilio”3
En segundo lugar, José Jiménez Lozano, quizás, de entrada, de la mano de Unamuno, pero seguro que también por otros muchos cauces, conoce bien el pensamiento de protestantes europeos como por ejemplo, el danés Sören Kierkegaard. Aprecia sus mensajes, por ejemplo, sobre las aves del Señor que aparecen en el sermón del Monte de Jesucristo, Mateo 6.25-34: “Así son el lirio y el pájaro maestros en la alegría”, cita del danés con la que Lozano encabeza sus Elogios y celebraciones. Si la filosofía de Kierkegaard os parece difícil de entender, os recomiendo que empecéis por sus sermones. Aquí tenéis a un filósofo sencillo y traslúcido. Una aproximación inusual pero segura, a su pensamiento más íntimo. Muchos saben del conocido padre del existencialismo por sus obras filosóficas. Pero, ¿cuantos conocen o han leído sus predicaciones? Lozano está al tanto de poetas anglicanos como John Donne y George Herbert. Y, por supuesto, conoce el pensamiento de Martín Lutero. Así, su amigo Stuart Park comenta que: “En homenaje a Lutero, Jiménez Lozano escribió su aviso a los pájaros a un Doctor amigo (Elegías menores), que viene encabezado por dos citas del Nuevo Testamento, en griego: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (S. Mateo 6.26); y “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno;” (Romanos 3.10)
Los
señores pájaros, pinzones, mirlos y otros,
hicieron
llegar en el otoño de 1534, al Doctor Martín Lutero,
una
denuncia, y queja, acerca
de
que Wolfgang Sieberger, su fámulo,
había
comprado redes para cuando ellos, los señores pájaros,
pasaran
por Wittenberg. La queja
estaba
fundamentada, y se argüía en ella
que
esperaban que el Doctor Lutero convenciese a su criado
de
que pusiese unos cuantos granos en le lugar de las redes,
y
de que no apareciese por allí antes de las ocho ante meridiem;
y
citaban a Mateo 6.26. Mas los señores cuervos y los mirlos
añadían
en un codicilo aparte su opinión firmísima
de
que no hay hombre fiable, ni uno solo. Remitían
a
Romanos 3.10, y aseguraban
que
ellos no se pondrán al alcance del hombre nunca, porque
Pablo
tenía razón: ni uno solo justo. Y ellos eran,
naturalmente,
paulinos.4
Como
le pasó a Unamuno, su conocimiento de la fe evangélica no es de
oídas, sino fruto de un concienzudo estudio de sus autores. Por
ello, no puede sino mostrar respeto y un aprecio nada disimulado por
esta realidad universal, y, sin embargo, tan desconocida entre
nosotros. Lozano es un ejemplo de intelectual riguroso, pues no
desdeña lo que no conoce sino que procura entenderlo.
En
tercer lugar, Jiménez Lozano, se considera heredero de esa rica y
antigua tradición española caracterizada por la libertad, la
pluralidad y la diversidad. No en vano, era amigo de Américo Castro
y, como él, reivindicaba esa España de las tres culturas: la
cristiana, la judía y la musulmana, visión sin la que, por mucho
que se empeñen algunos, no podemos entender nada de lo que es
realmente España. Y esto entronca con la fe evangélica patria,
pues, la nuestra, la española, se sacia de esas fuentes de
espiritualidad bíblica de los judeoconversos, entre otros, que
culminarán con autores de la talla de Juan de Valdés, Constantino
de la Fuente, Francisco de Enzinas, Juan Pérez de Pineda, Casiodoro
de Reina, Antonio del Corro o Cipriano de Valera. Jiménez Lozano
atisba ya esas íntimas y hasta ahora ocultas conexiones y raíces de
la fe evangélica española. Pero
es que, y este es el aspecto que más me interesa destacar ahora de
José Jiménez Lozano, esta honda indagación le lleva a ser un
genuino adalid de la libertad de conciencia. Su apología es genuina
y a prueba de modas. Por ello, su obra está impregnada de un
acendrado amor por este íntimo y esencial derecho humano, sin el
cual, aún la misma fe cristiana no puede desarrollarse en plenitud.
En su novela El Sambenito, uno de sus personajes afirma que:
“Cuando no hay libertad para ser lo contrario, no puede saberse si
todos los que aparecen como cristianos lo son en verdad”5
Un punto que ya había destacado nuestro gran Juan Calderón Espadero
en su polémica con el teólogo jesuita catalán Jaime Balmes6
Pero, si ha habido una institución española que ha encarnado a las
mil maravillas la oposición a la libertad de conciencia, esta ha
sido la Inquisición Española. En su poco conocido prólogo a la
edición de Hisperión de la clásica obra de Juan Antonio Llorente
titulada Historia crítica de las Inquisición en España,
Lozano se ocupa de los efectos deletéreos que la supresión de la
libertad produjo en España. Nuestro premio Cervantes observa al
calor de Llorente: “la pura y flagrante contradicción entre
cristianismo e inquisición, pero también la degradación y
corrupción intelectual y moral , social, política y religiosa, que
el sistema inquisitorial representó en sí mismo y la sociedad que
conformó, y de su condición esencial de maquinaria de violencia”7
Bien harían algunos hoy, que han salido en tropel a justificar algo
tan nefando como la Inquisición española, leer estas páginas
llenas de saber histórico, sentido común y amor por la libertad.
Da
gusto pertenecer a una nación entre cuyos hijos más ilustres se
encuentran personas como José Jiménez Lozano. Encarece al
protestantismo hispano que, personas con esta calidad humana, y
enorme sensibilidad espiritual y, al mismo tiempo, con una obra
literaria de esta envergadura, mostraran sus simpatías por el mismo.
De hecho, es una una honra para la propia España que el espíritu
evangélico que también la caracterizó en su pasado, siga brillando
con tanto lustre hasta el día de hoy, en mentes tan humildes y
lúcidas como la de José Jiménez Lozano.
José Moreno Berrocal
1.
Jiménez Lozano, José. Elogios y celebraciones. Pre- textos.
Valencia 2005, p. 136
2.
Ibid, p. 142
3Citado
en Moreno Berrocal, José. La Biblia y el Quijote. Tesela nº
30. PMC Alcázar de San Juan 2007, p. 33,34
4Citado
en Stuart Park, Las hijas del Canto. Camino Viejo, p. 19
5
Jiménez Lozano, José. El Sanbenito. Destino Barcelona
1972, p. 72
6En
Moreno Berrocal, José y Romera Valero, Ángel. Juan Calderón
Espadero. Primer cervantista manchego y primer periodista
protestante español. CECLAM, p. 2017, p. 137ss
7En
el prólogo a la segunda edición de Historia crítica de las
Inquisición en España de Juan Antonio Llorente. Hiperíon,
Madrid 1981, p. XXVII.