jueves, 9 de noviembre de 2017

GUADALAJARA Y LOS INICIOS DE LA REFORMA PROTESTANTE ESPAÑOLA

Palacio del Infantado, Guadalajara

Recientemente tenía la oportunidad de pasear de nuevo, con mi esposa y algunos amigos, por los alrededores del imponente Palacio del Infantado de Guadalajara. Me encontraba en la capital alcarreña para participar en unas Jornadas sobre la Reforma Protestante organizadas por Fedegu. En un año en el que se recuerda la Reforma en todas partes, no podía faltar un acto como este en Guadalajara. La razón es obvia: es precisamente entre los muros de este gran edificio, donde se desarrolló el movimiento alumbrado español, también conocido como los dejados. Es aquí donde podemos rastrear los orígenes de un incipiente protestantismo español. 
Es entre los miembros de la casa del III Duque del Infantado, Diego Hurtado de Mendoza de la Vega y Luna (1461-1531) donde prende la llama de esta corriente espiritual. Algunos aseguran que hasta el mismísimo Duque estuvo implicado. Resulta por ello emocionante entrar en las estancias del Palacio, en las que hace ya cinco siglos la Palabra de Dios encontró arraigo en tantos corazones. Y es que la consideración de los alumbrados como una forma embrionaria y autóctona de protestantismo hispano, se debe al hecho de que el movimiento se caracterizó principalmente por un retorno a las Escrituras como norma suprema de fe y conducta. Es la misma Inquisición la que nos informa de que la peligrosidad de este grupo radicaba en que eran lectores de la Biblia. Y es que, a principios del siglo XVI, circulaban entonces en España, entre otros libros religiosos, algunas porciones bíblicas en castellano. Por ejemplo, una obra conocida como La Vida de Cristo que era una refundición de los cuatro evangelios en lengua vulgar y que fue publicada en Alcalá en 1502, así como otro libro titulado Epístolas y Evangelios por todo el año con sus doctrinas y sermones  y que apareció en 1512. Ambas publicaciones vieron la luz a instancias del asombroso, controvertido y contradictorio cardenal Cisneros, del que, por cierto, también recordamos ahora los quinientos años de su muerte. No puede sorprendernos que algunos de los Mendoza apreciaran la Biblia. Tenían ya por entonces una larga relación con la Orden de los Jerónimos que en España buscó también seguir los pasos de su fundador, San Jerónimo, y dedicarse como él hizo, a la traducción y estudio del texto bíblico. Por otro lado, es también notable la protección que la Orden brindó a los judeoconversos. Curiosamente, muchos de los empleados del Duque lo eran. Empezando por Isabel de la Cruz, una de las iniciadoras del movimiento alumbrado, y que fue perseguida por la Inquisición.  Esta mujer era admirada por su conocimiento de las Escrituras y por la calidad de sus exposiciones bíblicas. También lo era María de Cazalla, que fue torturada por la Inquisición. Por supuesto lo era Pedro Ruiz de Alcaraz, que había nacido en Guadalajara en 1480, y que, posteriormente como empleado del Marques de Villena, extendió las ideas alumbradas en el Castillo de Escalona en la provincia de Toledo. Otro nombre a destacar es el del sacerdote de Guadalajara, Gaspar de Bedoya y que fue uno de los primeros en sufrir el rigor del llamado Santo Oficio.
Entre otros personajes relacionados, de alguna manera, con los alumbrados merece la pena destacar a Brianda de Mendoza, que llegó incluso a  testificar a favor de María de Cazalla durante su proceso inquisitorial, con su beaterio en otro de los extraordinarios Palacios de Guadalajara, el Palacio de Antonio de Mendoza conocido como Convento de la Piedad, ahora Instituto de Enseñanza Secundaria. Este lugar resulta fascinante por ser también punto de encuentro regular de mujeres ávidas de conocer la Palabra de Dios. La palabra beaterio resulta hoy extraña. La profesora Frances Luttikhuizen señala que “eran casas religiosas o comunidades informales, de mujeres piadosas y beatas vinculadas a la tercer orden franciscana de monjas laicas. Ofrecían una alternativa- y un refugio- para mujeres que sentían un llamamiento religioso pero que no querían entrar en un convento”1.  Es muy significativo que el Concilio de Trento decretara después, la supresión de estas llamadas monjas laicas. Es igualmente importante destacar que la espiritualidad alumbrada no solo afectó a algunas personas de alto rango sino que tuvo un amplio cariz popular. Las fechas del comienzo del movimiento alumbrado se remontan, quizás, a 1509 o 1510, pero es indudable que 1512 se registran ya las primeras predicaciones de Isabel y Alcaraz en los llamados conventículos, que eran reuniones más o menos formales y cuyo centro era la exposición de las Escrituras. Queda constancia de explicaciones de textos como Mateo 10.19,20 y Gálatas 4.22. El movimiento se extendió también por Pastrana, Cifuentes, Alcalá, Toledo y otros lugares de Castilla. 
Los términos con los que se conoce a este movimiento: alumbrados y dejados, arrojan mucha luz sobre sus creencias más destacadas. De entrada, eran conocidos como alumbrados. El término alumbrado ha sido también usado para referirse a otros grupos religiosos contemporáneos, como los seguidores de Francisco de Osuna, también conocidos como recogidos o místicos. Pero, estrictamente hablando, la expresión alumbrado solo puede ser usada con propiedad para referirse a los alumbrados dejados de Guadalajara. Estos se consideraban iluminados (por eso les decían alumbrados) por el Espíritu Santo al meditar en las Escrituras, de tal manera que, por medio de las mismas, alcanzaban una íntima y directa comunión con Dios e, incluso, certeza de salvación. Esto implicaba la independencia de la iglesia institucional para depender del Espíritu Santo. Y esto es precisamente lo que les hacía muy peligrosos para la Inquisición. Según Frances Luttikhuizen: “practicaban el principio del sacerdocio del creyente sustituyendo la autoridad de la iglesia y del papa por la del Espíritu Santo"2. Esta idea guarda una gran afinidad con la doctrina que, posteriormente, desarrollaría el gran teólogo de Ginebra, Juan Calvino, conocida con el nombre de el testimonio del Espíritu Santo. En cuanto al otro término con el que eran identificados, el de dejados, implicaba, en palabras del mismo Alcaraz, abandonarse al amor de Dios. Aludía a la incapacidad humana para salvarse y a una dependencia absoluta del favor de Dios para ser salvos. El gran erudito español José C. Nieto señala que en Isabel de la Cruz hay “una clara doctrina de la gracia en oposición a los actos humanos”3.  El amor es un don de Dios, y solo se puede responder adecuadamente al mismo, dejándose en las manos de ese Dios de amor en Cristo. Ese descanso en Cristo trae, igualmente, seguridad de salvación y consuelo.
Estamos, pues, ante un cristianismo con características similares al que se anunciará en otra latitudes europeas y que se conocerá como Protestantismo, una iglesia reformada que busca retornar a los orígenes mismos de la fe cristiana: las Escrituras. España no fue, por tanto, una excepción europea a ese anhelo de redescubrir las fuentes de la auténtica espiritualidad evangélica. Aquí también muchos gustaron de esa palabra de Dios que es más dulce que la miel, y que la que destila del panal, Salmo 19.10; y otros muchos sedientos bebieron en España de esa agua de vida que salta para vida eterna, Juan 4.14. 
José Moreno Berrocal

1. Luttikhuizen Frances. España y la Reforma Protestante. Editorial Academia del Hispanismo 2017, p. 52.

2. Ibíd, p. 50.

3. Nieto J.C. Juan de Valdés y los Orígenes de la Reforma en España. Fondo de cultura Económica 1979, p 113.

Palacio del Infantado, Guadalajara


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