José
Jiménez Lozano, que falleció el pasado día 9 de marzo, era uno de
esos pocos intelectuales españoles que conocían bien el
protestantismo. A diferencia de otros, no se acercaba al mismo
cargado de prejuicios. A estos bien se les puede aplicar el poema de
Machado:
Castilla
miserable, ayer dominadora,
envuelta
en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
…
Castilla
miserable, ayer dominadora,
envuelta
en sus harapos desprecia cuanto ignora.
La
obra de este premio Cervantes y de las Letras, entre otros muchos
galardones, muestra un gran respeto por la fe reformada. De hecho,
contribuyó con su pluma a varias publicaciones evangélicas como la
revista de teología Alétheia. Entre sus amigos se contaban
creyentes como Audelino Gónzalez o Stuart Park (con Stuart compartía
su amor por la Biblia y por los pájaros. Una afición que también
tenía John Stott, por cierto. Park, de hecho, ha escrito un precioso
libro en el que reflexiona sobre las aves del cielo en la tradición
bíblica y la poesía de José Jiménez Lozano, titulado Las Hijas
del Canto. El mismo Lozano
escribió el prólogo de esta preciosa obra) Jiménez Lozano
engrosaba la lista de ilustres autores españoles que se habían
molestado en indagar sobre el protestantismo, huyendo de caricaturas
y clichés. Lo han hecho entre nosotros escritores de la talla de
Miguel de Unamuno o, más recientemente, Miguel Delibes (gran amigo
de Jiménez Lozano y al que sucedió como Director del periódico el
Norte de Castilla) Antonio Muñoz Molina, o José Luis
Villacañas. Pero Jiménez Lozano vierte sobre el protestantismo la
gran característica de toda su obra, su defensa de la verdad pura y
sin adornos, venga de donde venga y diga lo que diga, por muy
políticamente incorrecta que esta pueda llegar a ser
Las
razones por las que Jiménez Lozano se interesa por la fe evangélica
pueden ser variadas. Pero yo destacaría tres, por lo menos. De
entrada, su propio conocimiento de la Biblia. Esto hacía de Jiménez
Lozano un outsider dentro de la cultura española, pues,
lamentablemente, son pocos los que se interesan o conocen bien el
texto bíblico entre nosotros. Esto es un grave defecto que arrastra
nuestra cultura hasta nuestro días y del que no son ni siquiera
conscientes los aquejados de este mal. Pero, en su caso, su
conocimiento es excepcional. Lo vemos en narraciones como Sara de
Ur o El Viaje de Jonás. Se puede apreciar en su poesía,
que, para algunos de nosotros es prodigiosa. A mi no me importa decir
que lo tengo como a uno de mis poetas favoritos:
CARTA
A LOS ROMANOS
¿Has
ido a ver a un místico, a un filósofo
ateo?
¿Para qué? No creas una palabra
de
hombre. Todos mienten.
Lee
a Pablo: óuk estiv eod
évós.
Ni uno
bueno
entre los hombres. Enciende
tu pipa, aspira el humo, y ríe.
El mundo pasa.
O su enorme GETHSEMANÍ que muestra
su profunda compresión de lo que representó aquel momento para el
Señor:
Una noche con luna,
el cárabo gritando, cuchillas
ojivales las hojas del olivo, tanto
frío
en la garganta, el sueño,
sacrificados los corderos
para la Pascua, olor a sangre,
el aroma agrio del poder de Roma.
Los ángeles bajaron una copa
de estaño desde el cielo
inhabitado;
la orina de los dioses y esputos,
el semen y la sangre podridos de la
historia.
Y apuró el cáliz.
Curiosamente,
Jiménez Lozano, era consciente del daño que esa ignorancia de la
Biblia había causado a nuestra propia cultura española: Dice
nuestro premio nacional de 1992: “en el imaginario popular católico
de los españoles, hasta ayer por la mañana por lo menos, la Biblia
fue tenida por ‘cosa de los protestantes’, porque la Biblia en
lengua vulgar, protestante fue
hasta
el XVIII. Lo que esto supone-el exilio de una cristiandad de la
Escritura, y el exilio de una cultura como la española del mundo
bíblico- es un enorme ‘hándicap’ que tanto la cristiandad como
la cultura española han pagado y siguen pagando muy caro. Para la
cultura concretamente, tanto en el plano del pensamiento como en el
del arte e incluso en el de las actitudes existenciales, supone el
haber sido privada de un enfrentamiento con el pensar histórico e
historias de una radicalidad total, con los problemas más serios de
la existencia, el ‘ethos’ de la justicia, y el hontanar del
narrar primigenio; aunque ciertamente hay ‘otra cultura española’
siempre soterrada, incluso cuando se la pone en los cuernos de la
luna, que sí recibió esa impronta bíblica, pero fue minoritaria,
el triunfo fue para los juegos del barroco, y pocos recepcionaron el
discurso místico, él mismo sospechoso y perseguido, ni acompañaron
al señor Miguel de Cervantes que confiesa el mismo que no quiso irse
‘con la corriente del
uso’. La recepción de lo bíblico en la cultura predominantemente
española nunca fue, en verdad, sino para la minoría que digo:
exiliada también ella siempre como las Biblias, aunque viviese
dentro su exilio, es interior, pero exilio”
En
segundo lugar, José Jiménez Lozano, quizás, de entrada, de la mano
de Unamuno, pero seguro que también por otros muchos cauces, conoce
bien el pensamiento de protestantes europeos como por ejemplo, el
danés Sören Kierkegaard. Aprecia sus mensajes, por ejemplo, sobre
las aves del Señor que aparecen en el sermón del Monte de
Jesucristo, Mateo 6.25-34: “Así son el lirio y el pájaro maestros
en la alegría”, cita del danés con la que Lozano encabeza sus
Elogios y celebraciones. Si la filosofía de Kierkegaard os
parece difícil de entender, os recomiendo que empecéis por sus
sermones. Aquí tenéis a un filósofo sencillo y traslúcido. Una
aproximación inusual pero segura, a su pensamiento más íntimo.
Muchos saben del conocido padre del existencialismo por sus obras
filosóficas. Pero, ¿cuantos conocen o han leído sus predicaciones?
Lozano está al tanto de poetas anglicanos como John Donne y George
Herbert. Y, por supuesto, conoce el pensamiento de Martín Lutero.
Así, su amigo Stuart Park comenta que: “En homenaje a Lutero,
Jiménez Lozano escribió su aviso a los pájaros a un Doctor amigo
(Elegías menores), que viene encabezado por dos citas del
Nuevo Testamento, en griego: “Mirad las aves del cielo, que no
siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
(S. Mateo 6.26); y “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno;”
(Romanos 3.10)
Los
señores pájaros, pinzones, mirlos y otros,
hicieron
llegar en el otoño de 1534, al Doctor Martín Lutero,
una
denuncia, y queja, acerca
de
que Wolfgang Sieberger, su fámulo,
había
comprado redes para cuando ellos, los señores pájaros,
pasaran
por Wittenberg. La queja
estaba
fundamentada, y se argüía en ella
que
esperaban que el Doctor Lutero convenciese a su criado
de
que pusiese unos cuantos granos en le lugar de las redes,
y
de que no apareciese por allí antes de las ocho ante meridiem;
y
citaban a Mateo 6.26. Mas los señores cuervos y los mirlos
añadían
en un codicilo aparte su opinión firmísima
de
que no hay hombre fiable, ni uno solo. Remitían
a
Romanos 3.10, y aseguraban
que
ellos no se pondrán al alcance del hombre nunca, porque
Pablo
tenía razón: ni uno solo justo. Y ellos eran,
naturalmente,
paulinos.
Como
le pasó a Unamuno, su conocimiento de la fe evangélica no es de
oídas, sino fruto de un concienzudo estudio de sus autores. Por
ello, no puede sino mostrar respeto y un aprecio nada disimulado por
esta realidad universal, y, sin embargo, tan desconocida entre
nosotros. Lozano es un ejemplo de intelectual riguroso, pues no
desdeña lo que no conoce sino que procura entenderlo.
En
tercer lugar, Jiménez Lozano, se considera heredero de esa rica y
antigua tradición española caracterizada por la libertad, la
pluralidad y la diversidad. No en vano, era amigo de Américo Castro
y, como él, reivindicaba esa España de las tres culturas: la
cristiana, la judía y la musulmana, visión sin la que, por mucho
que se empeñen algunos, no podemos entender nada de lo que es
realmente España. Y esto entronca con la fe evangélica patria,
pues, la nuestra, la española, se sacia de esas fuentes de
espiritualidad bíblica de los judeoconversos, entre otros, que
culminarán con autores de la talla de Juan de Valdés, Constantino
de la Fuente, Francisco de Enzinas, Juan Pérez de Pineda, Casiodoro
de Reina, Antonio del Corro o Cipriano de Valera. Jiménez Lozano
atisba ya esas íntimas y hasta ahora ocultas conexiones y raíces de
la fe evangélica española. Pero
es que, y este es el aspecto que más me interesa destacar ahora de
José Jiménez Lozano, esta honda indagación le lleva a ser un
genuino adalid de la libertad de conciencia. Su apología es genuina
y a prueba de modas. Por ello, su obra está impregnada de un
acendrado amor por este íntimo y esencial derecho humano, sin el
cual, aún la misma fe cristiana no puede desarrollarse en plenitud.
En su novela El Sambenito, uno de sus personajes afirma que:
“Cuando no hay libertad para ser lo contrario, no puede saberse si
todos los que aparecen como cristianos lo son en verdad”
Un punto que ya había destacado nuestro gran Juan Calderón Espadero
en su polémica con el teólogo jesuita catalán Jaime Balmes
Pero, si ha habido una institución española que ha encarnado a las
mil maravillas la oposición a la libertad de conciencia, esta ha
sido la Inquisición Española. En su poco conocido prólogo a la
edición de Hisperión de la clásica obra de Juan Antonio Llorente
titulada Historia crítica de las Inquisición en España,
Lozano se ocupa de los efectos deletéreos que la supresión de la
libertad produjo en España. Nuestro premio Cervantes observa al
calor de Llorente: “la pura y flagrante contradicción entre
cristianismo e inquisición, pero también la degradación y
corrupción intelectual y moral , social, política y religiosa, que
el sistema inquisitorial representó en sí mismo y la sociedad que
conformó, y de su condición esencial de maquinaria de violencia”
Bien harían algunos hoy, que han salido en tropel a justificar algo
tan nefando como la Inquisición española, leer estas páginas
llenas de saber histórico, sentido común y amor por la libertad.
Da
gusto pertenecer a una nación entre cuyos hijos más ilustres se
encuentran personas como José Jiménez Lozano. Encarece al
protestantismo hispano que, personas con esta calidad humana, y
enorme sensibilidad espiritual y, al mismo tiempo, con una obra
literaria de esta envergadura, mostraran sus simpatías por el mismo.
De hecho, es una una honra para la propia España que el espíritu
evangélico que también la caracterizó en su pasado, siga brillando
con tanto lustre hasta el día de hoy, en mentes tan humildes y
lúcidas como la de José Jiménez Lozano.
José
Moreno Berrocal