MIENTRAS DURE LA GUERRA
Me ha conmovido profundamente la última película de Alejandro Amenábar Mientras dure la Guerra. De entrada, porque se haya ocupado con extraordinario rigor histórico de la amistad de Miguel de Unamuno con el pastor evangélico de Salamanca Atilano Coco. El punto álgido de la película es la intervención del rector de la Universidad el 12 de octubre de 1936. Lo que dijo Unamuno estaba garabateado en la carta que la esposa de Atilano le escribió a Unamuno para que este intercediera por su marido, que había sido detenido por las tropas sublevadas. Por cierto, Unamuno era lector empedernido de la Biblia, leía en varias versiones incluyendo la Reina-Valera, la versión de los reformadores españoles del siglo XVI y, en cuanto al Nuevo Testamento en particular, y como catedrático de griego que era, lo leía en su idioma original en la clásica edición de Nestle. Aprendió danés para leer al dramaturgo Ibsen y, de paso, leyó a Soren Kierkegaard, el gran filósofo y predicador protestante, padre del existencialismo y que tanto influyó en Don Miguel. El gran bilbaíno leía con avidez a los teólogos protestantes del momento. Su conocimiento es amplio, como puede notar cualquiera que haya leído su obra más famosa Del Sentimiento Trágico de la Vida. Conoció el pensamiento de K. Barth mucho antes que la mayor parte de sus contemporáneos. Este profesor suizo de teología fue el maestro de Martin Niemöller, el famoso pastor evangélico alemán que se enfrento con Hitler y conocido por su poema:
“Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada
porque yo no era socialista
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí”
El conocimiento de Unamuno del protestantismo no era solo un conocimiento libresco. Tenía contacto epistolar con varios pastores evangélicos. Además, Atilano Coco no era su única amistad protestante. Legendaria es la que mantuvo con Juan A. Mackay, el misionero escocés en Hispanoamérica que, a instancias de B.B, Warfield de Princeton, el más grande teólogo evangélico del siglo XX, estudió el castellano en España. Aquí tuvo la fortuna de conocer a Unamuno. Lo visitó en Salamanca y, posteriormente, en Hendaya, donde el bilbaíno se encontraba exiliado por la dictadura de Primo de Rivera. La huella de Unamuno en Mackay fue profunda y duradera, y no dejó de tener influencia en su obra en América. Así por lo menos lo recordará siempre el misionero evangélico, uno de los artífices del exponencial crecimiento evangélico en Hispanoamérica, y que hace que, en estos momentos, en algunos lugares del centro y del sur de América, haya ya más evangélicos que católicos. Siempre recordaré con afecto como durante mi estancia en Buenos Aires, tuve la ocasión de conocer el colegio de San Andrés, institución que fundó Mackay en Lima y cuyo modelo se propagó por otros lugares de Sudamérica. Adquirí la obra cumbre de Mackay, El Otro Cristo Español en el centro Kairós de la capital bonaerense, donde tuve también ocasión de conocer a René Padilla, uno de los teólogos evangélicos vivos más respetados de Hispanoamérica. En esta obra cuyo título alude a la de Unamuno, Mackay recuerda su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde cursó estudios en el Centro de Estudios históricos. Allí conoció a Juan Ramón Jiménez. Añade que, todavía entonces, 1915/16, se respiraba el espíritu del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, el genial andaluz don Francisco Giner de los Ríos. El Otro Cristo Español rezuma con el viril pensamiento unamuniano. Mackay llegó a afirmar que: “Don Miguel de Unamuno me parece ser el pensador más profético, el escritor más culto y el hombre más integral de todos los hombres de letras del siglo XX”. La obra de Unamuno muestra igualmente influencia de ideas bíblicas de talante evangélico. Así, en carta a su amigo, José Enrique Rodó profesor en la universidad de Montevideo, Don Miguel llega a afirmar: “Y yo, se lo repito, me siento con alma de luterano, de puritano o de cuáquero”. Tiene el rector salmantino unas entrañas inquietas, sedientas de inmortalidad. Pero, al mismo tiempo, vive con la constante duda a cuestas. Lo podemos apreciar en uno de los versículos bíblicos más apreciados por Unamuno, las palabras que el padre del muchacho endemoniado dirige a Cristo cuando el Salvador le llama a creer: “Creo, ayuda a mi incredulidad”, Marcos 9.24. El espíritu de Unamuno lucha con todos y consigo mismo. Tan solo parece encontrar sosiego en el Señor Jesucristo. Así se trasluce en uno de los más grandes poemas de la literatura castellana, su Cristo de Velázquez:
… Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida ...
Pero, la cinta es igualmente sobrecogedora porque al transportarnos a la Salamanca de los días de la sublevación militar contra la República, uno siente que está allí. En mi caso, son pocas las películas que consiguen un efecto como este. Creo que en este sentido, la magia de esta obra maestra es fruto de muchos factores. La calidad de todos los actores, sobre todo las interpretaciones de Karra Elejalde como Unamuno y de Eduard Fernández, como Millán Astray son antológicas. La puesta en escena es muy verosímil. El guión es espléndido y junto con la música del mismo Amenábar, consiguen que se transmita la asfixiante atmósfera de aquellos terribles días. Es también destacable la gran sensibilidad con la que Amenábar retrata a los otros personajes históricos. Destacaría la angustia de la esposa de Atilano Coco, Enriqueta Carbonell. La honda y soterrada preocupación de las hijas de Unamuno, los temores del discípulo de Unamuno Salvador Vila, el profesor universitario y rector interino de la Universidad de Granada, tristemente confirmados con su detención y que desvela los verdaderos fines del alzamiento militar. Vemos a un Unamuno, perfectamente caracterizado por Elejalde, desencantado con la República. Pero también, en palabras del historiador Paul Preston, furioso por las consecuencias del alzamiento militar, que no respeta la disidencia, ya sea política o religiosa, y que recurre a métodos injustos, arbitrarios y crueles para eliminar a sus adversarios. La detención de Coco, que es lo que lleva a Unamuno a exclamar su mítico venceréis pero no convenceréis, estuvo a punto de costarle la vida en ese mismo momento. Pero en este gesto de valentía vemos aquí la enorme talla humana y cristiana del rector. Su osadía muestra al verdadero intelectual, que no contempla la vida desde un balcón, sino que baja a la calle, se identifica e interviene. Atilano Coco fue torturado y fusilado y, hasta el día de hoy, no se sabe dónde está enterrado. No fue el único pastor asesinado, hubo más, por ejemplo, Pedro de Vegas, amigo de Pío Baroja, que murió fusilado en Córdoba. Julio Caro en Bilbao, o Miguel Blanco Ferrer en San Fernando (Cádiz) por negarse a recibir el bautismo católico-romano. Unamuno, más o menos recluido en su casa desde que habló en la Universidad, falleció el último día de ese infausto año. Pero su gesto de defensa hacia los más indefensos no puede ser olvidado. Y eso es lo que consigue Amenábar con su gran película: que nos podamos sentir orgullosos de personas como Don Miguel de Unamuno y de otros tantos que fueron sus amigos, y también buenos cristianos y buenos españoles.
José Moreno Berrocal
Publicado en la edición impresa de la Revista del Ateneo de Alcázar 2019
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