MIENTRAS DURE LA GUERRA
Me ha conmovido profundamente la última película de Alejandro Amenábar Mientras dure la Guerra. De entrada, porque se haya ocupado con extraordinario rigor histórico de la amistad de Miguel de Unamuno con el pastor evangélico de Salamanca Atilano Coco. El punto álgido de la película es la intervención del rector de la Universidad el 12 de octubre de 1936. Lo que dijo Unamuno estaba garabateado en la carta que la esposa de Atilano le escribió a Unamuno para que este intercediera por su marido, que había sido detenido por las tropas sublevadas. Por cierto, Unamuno era lector empedernido de la Biblia, leía en varias versiones incluyendo la Reina-Valera, la versión de los reformadores españoles del siglo XVI y, en cuanto al Nuevo Testamento en particular, y como catedrático de griego que era, lo leía en su idioma original en la clásica edición de Nestle. Aprendió danés para leer al dramaturgo Ibsen y, de paso, leyó a Soren Kierkegaard, el gran filósofo y predicador protestante, padre del existencialismo y que tanto influyó en Don Miguel. El gran bilbaíno leía con avidez a los teólogos protestantes del momento. Su conocimiento es amplio, como puede notar cualquiera que haya leído su obra más famosa Del Sentimiento Trágico de la Vida. Conoció el pensamiento de K. Barth mucho antes que la mayor parte de sus contemporáneos. Este profesor suizo de teología fue el maestro de Martin Niemöller, el famoso pastor evangélico alemán que se enfrento con Hitler y conocido por su poema:
“Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada
porque yo no era socialista
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí”
El conocimiento de Unamuno del protestantismo no era solo un conocimiento libresco. Tenía contacto epistolar con varios pastores evangélicos. Además, Atilano Coco no era su única amistad protestante. Legendaria es la que mantuvo con Juan A. Mackay, el misionero escocés en Hispanoamérica que, a instancias de B.B, Warfield de Princeton, el más grande teólogo evangélico del siglo XX, estudió el castellano en España. Aquí tuvo la fortuna de conocer a Unamuno. Lo visitó en Salamanca y, posteriormente, en Hendaya, donde el bilbaíno se encontraba exiliado por la dictadura de Primo de Rivera. La huella de Unamuno en Mackay fue profunda y duradera, y no dejó de tener influencia en su obra en América. Así por lo menos lo recordará siempre el misionero evangélico, uno de los artífices del exponencial crecimiento evangélico en Hispanoamérica, y que hace que, en estos momentos, en algunos lugares del centro y del sur de América, haya ya más evangélicos que católicos. Siempre recordaré con afecto como durante mi estancia en Buenos Aires, tuve la ocasión de conocer el colegio de San Andrés, institución que fundó Mackay en Lima y cuyo modelo se propagó por otros lugares de Sudamérica. Adquirí la obra cumbre de Mackay, El Otro Cristo Español en el centro Kairós de la capital bonaerense, donde tuve también ocasión de conocer a René Padilla, uno de los teólogos evangélicos vivos más respetados de Hispanoamérica. En esta obra cuyo título alude a la de Unamuno, Mackay recuerda su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde cursó estudios en el Centro de Estudios históricos. Allí conoció a Juan Ramón Jiménez. Añade que, todavía entonces, 1915/16, se respiraba el espíritu del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, el genial andaluz don Francisco Giner de los Ríos. El Otro Cristo Español rezuma con el viril pensamiento unamuniano. Mackay llegó a afirmar que: “Don Miguel de Unamuno me parece ser el pensador más profético, el escritor más culto y el hombre más integral de todos los hombres de letras del siglo XX”. La obra de Unamuno muestra igualmente influencia de ideas bíblicas de talante evangélico. Así, en carta a su amigo, José Enrique Rodó profesor en la universidad de Montevideo, Don Miguel llega a afirmar: “Y yo, se lo repito, me siento con alma de luterano, de puritano o de cuáquero”. Tiene el rector salmantino unas entrañas inquietas, sedientas de inmortalidad. Pero, al mismo tiempo, vive con la constante duda a cuestas. Lo podemos apreciar en uno de los versículos bíblicos más apreciados por Unamuno, las palabras que el padre del muchacho endemoniado dirige a Cristo cuando el Salvador le llama a creer: “Creo, ayuda a mi incredulidad”, Marcos 9.24. El espíritu de Unamuno lucha con todos y consigo mismo. Tan solo parece encontrar sosiego en el Señor Jesucristo. Así se trasluce en uno de los más grandes poemas de la literatura castellana, su Cristo de Velázquez:
… Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida ...
Pero, la cinta es igualmente sobrecogedora porque al transportarnos a la Salamanca de los días de la sublevación militar contra la República, uno siente que está allí. En mi caso, son pocas las películas que consiguen un efecto como este. Creo que en este sentido, la magia de esta obra maestra es fruto de muchos factores. La calidad de todos los actores, sobre todo las interpretaciones de Karra Elejalde como Unamuno y de Eduard Fernández, como Millán Astray son antológicas. La puesta en escena es muy verosímil. El guión es espléndido y junto con la música del mismo Amenábar, consiguen que se transmita la asfixiante atmósfera de aquellos terribles días. Es también destacable la gran sensibilidad con la que Amenábar retrata a los otros personajes históricos. Destacaría la angustia de la esposa de Atilano Coco, Enriqueta Carbonell. La honda y soterrada preocupación de las hijas de Unamuno, los temores del discípulo de Unamuno Salvador Vila, el profesor universitario y rector interino de la Universidad de Granada, tristemente confirmados con su detención y que desvela los verdaderos fines del alzamiento militar. Vemos a un Unamuno, perfectamente caracterizado por Elejalde, desencantado con la República. Pero también, en palabras del historiador Paul Preston, furioso por las consecuencias del alzamiento militar, que no respeta la disidencia, ya sea política o religiosa, y que recurre a métodos injustos, arbitrarios y crueles para eliminar a sus adversarios. La detención de Coco, que es lo que lleva a Unamuno a exclamar su mítico venceréis pero no convenceréis, estuvo a punto de costarle la vida en ese mismo momento. Pero en este gesto de valentía vemos aquí la enorme talla humana y cristiana del rector. Su osadía muestra al verdadero intelectual, que no contempla la vida desde un balcón, sino que baja a la calle, se identifica e interviene. Atilano Coco fue torturado y fusilado y, hasta el día de hoy, no se sabe dónde está enterrado. No fue el único pastor asesinado, hubo más, por ejemplo, Pedro de Vegas, amigo de Pío Baroja, que murió fusilado en Córdoba. Julio Caro en Bilbao, o Miguel Blanco Ferrer en San Fernando (Cádiz) por negarse a recibir el bautismo católico-romano. Unamuno, más o menos recluido en su casa desde que habló en la Universidad, falleció el último día de ese infausto año. Pero su gesto de defensa hacia los más indefensos no puede ser olvidado. Y eso es lo que consigue Amenábar con su gran película: que nos podamos sentir orgullosos de personas como Don Miguel de Unamuno y de otros tantos que fueron sus amigos, y también buenos cristianos y buenos españoles.
José Moreno Berrocal
Publicado en la edición impresa de la Revista del Ateneo de Alcázar 2019
sábado, 21 de diciembre de 2019
sábado, 2 de noviembre de 2019
CASIODORO DE REINA Y LA REFORMA ESPAÑOLA
Casiodoro de Reina nació en Montemolín, cerca de Reina, provincia de Badajoz en 1520. Es posible que fuera de origen morisco, aunque no fuera granadino. Estudió en la Universidad de Sevilla, concretamente en el Colegio de Santa María de Jesús que seguía el modelo de la Complutense Alcalaína. Profesó como sacerdote en el monasterio de San Isidoro del Campo, a las afueras de Sevilla, perteneciente a la Orden Jerónima Entró en contacto con las ideas de la Reforma de varios modos. En primer lugar, por medio de su estudio personal de la Biblia, a la que había sido adicto, según su propia confesión, desde muy joven. También conociendo a personas que le introducen en el pensamiento heterodoxo, tanto dentro del monasterio: el prior García Arias, conocido como el maestro Blanco; como fuera del mismo: del círculo de Egidio (Juan Gil) Finalmente, al tener acceso a lecturas de libros prohibidos, traídos desde Ginebra por Julián Hernández así como los que pudo obtener Antonio del Corro de su tío el inquisidor de Sevilla. Casiodoro Llega a ser maestro de doctrinas consideradas heréticas en Sevilla es decir, heresiarca. Posteriormente en el exilio es considerado como tal, conforme al testimonio que nos remite la Inquisición y por lo que se deduce por el tono y contenido de una carta que le envía Antonio del Corro a Reina en 1563.
En 1557 huye a Ginebra junto con sus padres, hermana y otros once monjes. Desde ese momento su vida conocerá a menudo muchos sinsabores: sufrirá la pobreza, la enfermedad y la incertidumbre. Su existencia será la de un exiliado y perseguido por la Inquisición. En 1558 ya está en Londres donde ejercerá como pastor y redactará la Confesión de Fe hispánica de 1560/61 en la que ya podemos observar su firmeza doctrinal protestante y su talante irénico. Se casa con Ana, hija de Abraham León de Nivelles, cristiano de trasfondo judío. En 1559, es pastor de la iglesia de los refugiados españoles que se reunía en un edificio en la calle St Mary Haxe. Las intrigas de la Inquisición le fuerzan a marcharse al continente en 1563. Su esposa viajó disfrazada de marinero. Allí es donde en Amberes comienzan su amistad con Marcos Pérez y su esposa Úrsula López de Villanueva, que eran sefarditas, convertidos al calvinismo. En 1564 en Montargis se encuentra con Antonio del Corro, y Juan Pérez de Pineda, donde consulta sobre la traducción de la Biblia al castellano. Después marcha a Frankfurt. En 1569 se imprime la primera traducción completa de la Biblia al castellano desde los originales hebreo y griego. Esta es su gran contribución a la Reforma Española. Es la Biblia del Siglo de Oro Español. Representa, por un lado el acervo bíblico castellano del que Casiodoro de Reina es su mayor depositario y, por otro, la recepción de las corrientes exegéticas europeas más vanguardistas, de las que el reformador de Estrasburgo Martín Bucero, será el ejemplo a seguir. Se la conoce como la Biblia del Oso por la imagen de este animal que aparece en la portada buscando miel de un panal. El emblema, entre otras cosas, alude a textos como el Salmo 19.10, donde se describe a la Palabra de Dios como más dulce que la miel y que la que destila del panal. La publicó en Basilea con la ayuda financiera de muchos individuos, entre ellos, Marcos Pérez y su esposa Úrsula López de Villanueva y contando también con contribuciones de iglesias particulares. En 1573 publica los comentarios al capítulo 4 de Mateo y al evangelio de Juan. En este comentario, dedicado a J. Sturm, rector de la universidad de Estrasburgo, aparece con claridad su fe trinitaria. Igualmente, su convicción de la importancia que tenía para la fe reformada el centrarse en las doctrinas troncales de la fe que compartían todos los cristianos reformados, y no caer en exageradas y enconadas divisiones por diferencias teológicas sobre puntos más secundarios sobre lo que no es tan fácil ponerse de acuerdo. Vemos aquí, igualmente, otra de las deudas de Casiodoro con el pensamiento de Martín Bucero. Desde 1579 a 1585 es pastor en Amberes. En 1585, condujo a su congregación desde Amberes a Frankfurt cuando la ciudad estaba a punto de sucumbir a las tropas del Duque de Parma. En Frankfurt creó un hospital para enfermos perseguidos y que hoy es un hogar de ancianos. En sus muros reposa el único cuadro de retrato de este extremeño universal. En 1594, Casiodoro de Reina dejó esta vida por una mejor en la presencia del Señor. Marcos, uno de sus hijos fue pastor en Frankfurt hasta su muerte en 1625. Otro hijo, Agustín Casiodoro llegó a ser profesor y traductor de lenguas. Ana, su querida esposa, falleció en 1612.
El legado de Casiodoro de Reina a la Reforma española es extraordinario. Por un lado, la puso al mismo nivel que la de los otros países, al conseguir dotar a la nación española de una Biblia en su propio idioma. Una traducción que, revisada en varias ocasiones, la primera vez por otro compañero suyo de San Isidoro, Cipriano de Valera en 1602, es, hasta el día de hoy, la versión más usada entre los evangélicos españoles de ambas orillas del Atlántico. La Biblia del Oso, es una versión fiel a los originales hebreo y griego. Al mismo tiempo, tiene una gran calidad literaria. Nuestro gran novelista, Antonio Muñoz Molina, sostiene que la Biblia de Casiodoro: “tiene toda la furia y toda la poesía del español de La Celestina, toda la abundancia selvática del idioma en el que están escritas las Crónicas de Indias, el descaro del Lazarillo”. Por eso, tiene mucha razón nuestro querido teólogo evangélico Samuel Escobar cuando afirma que, con esta Biblia: “los mudos hablan y en buen castellano”.
Pero en segundo lugar, la herencia de Casiodoro de Reina reside en su defensa de la unidad evangélica sobre la base de las grandes doctrinas redescubiertas entonces: la salvación por la sola gracia y solo por fe exclusivamente en el Señor Jesucristo: el único evangelio que presentan las Escrituras. Esta unión protestante se expresa por medio de una actitud misericordiosa y pacificadora. Para Casiodoro, la iglesia cristiana se conoce por un talante bíblico que sostiene, en palabras del Apóstol Pablo a los efesios: “la verdad en amor”, Efesios 4.15. Esta actitud conciliadora es una de las que identificaba a nuestros reformadores españoles en Europa. Al apuntar a la señales de la verdad y del amor, como las marcas de la iglesia de Cristo, algo que se destaca muy notablemente en sus escritos, particularmente su Confesión de Fe, Casiodoro de Reina continua siendo un referente imprescindible para los evangélicos españoles hoy.
José Moreno Berrocal.
En 1557 huye a Ginebra junto con sus padres, hermana y otros once monjes. Desde ese momento su vida conocerá a menudo muchos sinsabores: sufrirá la pobreza, la enfermedad y la incertidumbre. Su existencia será la de un exiliado y perseguido por la Inquisición. En 1558 ya está en Londres donde ejercerá como pastor y redactará la Confesión de Fe hispánica de 1560/61 en la que ya podemos observar su firmeza doctrinal protestante y su talante irénico. Se casa con Ana, hija de Abraham León de Nivelles, cristiano de trasfondo judío. En 1559, es pastor de la iglesia de los refugiados españoles que se reunía en un edificio en la calle St Mary Haxe. Las intrigas de la Inquisición le fuerzan a marcharse al continente en 1563. Su esposa viajó disfrazada de marinero. Allí es donde en Amberes comienzan su amistad con Marcos Pérez y su esposa Úrsula López de Villanueva, que eran sefarditas, convertidos al calvinismo. En 1564 en Montargis se encuentra con Antonio del Corro, y Juan Pérez de Pineda, donde consulta sobre la traducción de la Biblia al castellano. Después marcha a Frankfurt. En 1569 se imprime la primera traducción completa de la Biblia al castellano desde los originales hebreo y griego. Esta es su gran contribución a la Reforma Española. Es la Biblia del Siglo de Oro Español. Representa, por un lado el acervo bíblico castellano del que Casiodoro de Reina es su mayor depositario y, por otro, la recepción de las corrientes exegéticas europeas más vanguardistas, de las que el reformador de Estrasburgo Martín Bucero, será el ejemplo a seguir. Se la conoce como la Biblia del Oso por la imagen de este animal que aparece en la portada buscando miel de un panal. El emblema, entre otras cosas, alude a textos como el Salmo 19.10, donde se describe a la Palabra de Dios como más dulce que la miel y que la que destila del panal. La publicó en Basilea con la ayuda financiera de muchos individuos, entre ellos, Marcos Pérez y su esposa Úrsula López de Villanueva y contando también con contribuciones de iglesias particulares. En 1573 publica los comentarios al capítulo 4 de Mateo y al evangelio de Juan. En este comentario, dedicado a J. Sturm, rector de la universidad de Estrasburgo, aparece con claridad su fe trinitaria. Igualmente, su convicción de la importancia que tenía para la fe reformada el centrarse en las doctrinas troncales de la fe que compartían todos los cristianos reformados, y no caer en exageradas y enconadas divisiones por diferencias teológicas sobre puntos más secundarios sobre lo que no es tan fácil ponerse de acuerdo. Vemos aquí, igualmente, otra de las deudas de Casiodoro con el pensamiento de Martín Bucero. Desde 1579 a 1585 es pastor en Amberes. En 1585, condujo a su congregación desde Amberes a Frankfurt cuando la ciudad estaba a punto de sucumbir a las tropas del Duque de Parma. En Frankfurt creó un hospital para enfermos perseguidos y que hoy es un hogar de ancianos. En sus muros reposa el único cuadro de retrato de este extremeño universal. En 1594, Casiodoro de Reina dejó esta vida por una mejor en la presencia del Señor. Marcos, uno de sus hijos fue pastor en Frankfurt hasta su muerte en 1625. Otro hijo, Agustín Casiodoro llegó a ser profesor y traductor de lenguas. Ana, su querida esposa, falleció en 1612.
El legado de Casiodoro de Reina a la Reforma española es extraordinario. Por un lado, la puso al mismo nivel que la de los otros países, al conseguir dotar a la nación española de una Biblia en su propio idioma. Una traducción que, revisada en varias ocasiones, la primera vez por otro compañero suyo de San Isidoro, Cipriano de Valera en 1602, es, hasta el día de hoy, la versión más usada entre los evangélicos españoles de ambas orillas del Atlántico. La Biblia del Oso, es una versión fiel a los originales hebreo y griego. Al mismo tiempo, tiene una gran calidad literaria. Nuestro gran novelista, Antonio Muñoz Molina, sostiene que la Biblia de Casiodoro: “tiene toda la furia y toda la poesía del español de La Celestina, toda la abundancia selvática del idioma en el que están escritas las Crónicas de Indias, el descaro del Lazarillo”. Por eso, tiene mucha razón nuestro querido teólogo evangélico Samuel Escobar cuando afirma que, con esta Biblia: “los mudos hablan y en buen castellano”.
Pero en segundo lugar, la herencia de Casiodoro de Reina reside en su defensa de la unidad evangélica sobre la base de las grandes doctrinas redescubiertas entonces: la salvación por la sola gracia y solo por fe exclusivamente en el Señor Jesucristo: el único evangelio que presentan las Escrituras. Esta unión protestante se expresa por medio de una actitud misericordiosa y pacificadora. Para Casiodoro, la iglesia cristiana se conoce por un talante bíblico que sostiene, en palabras del Apóstol Pablo a los efesios: “la verdad en amor”, Efesios 4.15. Esta actitud conciliadora es una de las que identificaba a nuestros reformadores españoles en Europa. Al apuntar a la señales de la verdad y del amor, como las marcas de la iglesia de Cristo, algo que se destaca muy notablemente en sus escritos, particularmente su Confesión de Fe, Casiodoro de Reina continua siendo un referente imprescindible para los evangélicos españoles hoy.
José Moreno Berrocal.
sábado, 20 de julio de 2019
HACE 50 AÑOS ...
Era un 20 de julio de 1969, cuando el Apolo XI se posaba en la superficie de nuestro satélite. Fecha inolvidable cada 20 de julio, es el cumpleaños de mi querida madre. Pero, de aquellos días, en concreto, me cuenta cómo vimos el acontecimiento en una televisión de la marca Telefunken. Muchos nos sabemos de memoria las primeras palabras del comandante Neil Armstrong al pisar la Luna: “Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la Humanidad”. Como parte de las conmemoración de aquel gran evento, se están exhibiendo grandes documentales como Destino a la Luna: Un lugar más allá del cielo de Robert Stone o 8 Días del Apolo 11 de Anthony Philipson entre otros. Estos impresionantes testimonios, algunas veces con materiales, más o menos inéditos, nos permiten a algunos regresar a esos momentos nuestra infancia cuando el primer hombre llegó a la Luna. También mi adolescencia está marcada por la llamada conquista del espacio, algo que se vivía con gran intensidad emocional. Recuerdo, y no era el único, que muchos queríamos ser astronautas de mayores. ¡Hasta soñábamos con construir nuestros propios cohetes! Nuestro mundo era el de la de las naves Apolo, pero también el de las películas y series de ciencia ficción que por entonces estaban en auge. Nos fascinaba el espacio y la exploración del mismo. ¡Quería tener un telescopio! El espacio exterior se consideraba la última frontera. Muchos disfrutábamos insaciablemente de todas las noticias acerca de la carrera espacial, e incluso de los muchos libros de Astronomía que leía con avidez y, claro, las películas o series de ciencia ficción estaban entre nuestra favoritas. !Aún hoy me siguen fascinando !Son tantas! Particularmente recuerdo La guerra de las Galaxias y a mi madre llevándonos al cine Alcázar a ver lo que ella llamaba “las latas”. Tuvimos que ir hasta tres veces, según me dice, antes de poder entrar, ya que no había entradas disponibles. Me impactó la inquietante El planeta de los simios y La Odisea del Espacio. A mí me encandiló la serie Espacio 1999 con ese gran actor Martin Landau. Por supuesto, esto lo habíamos encadenado muchos de nosotros a lecturas como Un viaje a la Luna del genial Julio Verne.
También me acuerdo mucho de mi primera visita a Houston y contemplar alguno de los cohetes. Me preguntaba y me pregunto todavía cómo pudieron naves, tan aparentemente frágiles, llevar al hombre a la luna. Me lo pasé bien con la cinta Apolo 13, con Tom Hanks representado al astronauta Jim A. Lovell y la mítica frase: “Houston, tenemos un problema”. … Me ha fascinado la Trilogía Cósmica de C.S. Lewis: Más Allá del Planeta Silencioso, Perelandra y Esa Horrible Fortaleza. El punto de vista de Lewis es curioso. Somos nosotros, los humanos, los que somos los malos, dice Lewis y, en todo caso somos nosotros los que lo exportamos o podemos acabar llevando el mal a otros mundos. Lo más extendido es pensar que el mal viene a nosotros, ejemplificado para siempre por la maravillosa La Guerra de los Mundos de H.G. Wells.
El reciente estreno de El Primer Hombre, otra cinta sobre el piloto, ingeniero y profesor universitario Armstrong, me traía de nuevo a la memoria la fe cristiana de muchos de estos hombres del espacio. Armstrong no era una excepción en ese sentido, aunque fuera más comedido que otros. Otros muchos astronautas dieron, igualmente, testimonio de su fe, en particular, usando palabras de la Biblia. Así, su compañero en el Apolo XI, y que también pisó la Luna, Buzz Aldrin, anciano de una iglesia presbiteriana en Houston, en aquellos días de julio de 1969 quisó recordar en el espacio la pasión y muerte de Cristo por los pecadores, llevando consigo en su equipo de astronauta algo de pan y de vino. Para ello, usó las palabras de Jesús en Juan 15.5: “Yo soy la vid y vosotros las ramas; el que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no podéis hacer nada”. Además, se nos dice, dio: “... gracias por la inteligencia y el espíritu que había traído a dos jóvenes pilotos al Mar de la Tranquilidad”. Otro astronauta famoso, también de fe protestante, fue John Glenn. Fue el primer hombre que orbitó la Tierra. Recibió el premio Príncipe de Asturias de Cooperación en 1999. Con motivo de la rueda de prensa que dio en Washington, aludió a la seriedad con la que se tomaba su fe, habiendo enseñado en la escuela dominical de su iglesia y cómo la parábola de Jesús sobre los talentos había determinado su actitud ante la vida. James Irving fue el octavo hombre en pisar la Luna en 1971, de hecho se paseó por la misma en una especie de todoterreno lunar. De fe evangélica habló de “cómo había sentido el poder de Dios como nunca antes”. Al mirar a las montañas lunares recordó las palabras del Salmo 121: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra”. La primera misión tripulada alrededor de la Luna fue la del Apolo VIII. Estando ya en la órbita lunar, el piloto del Módulo lunar William Anders anunció que la tripulación de la nave quería enviar un mensaje a la Tierra. El mensaje consistió en la lectura de Génesis 1.1-10. Lectura que fue realizada por los tres tripulantes de la nave, el ya mencionado Anders, el piloto del Módulo de Mando Jim A. Lovell, y el comandante de la nave Frank Borman. El Génesis comienza con estas preciosas palabras: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, Génesis 1.1.
Hace años, nuestro querido astronauta (de la Agencia Europea del Espacio ESA) y ahora ministro Pedro Duque quiso rendir un tributo a Armstrong con motivo de su muerte. En el mismo, Duque, que lo conoció a través de John Glenn,, recuerda algunas de las peripecias de aquel primer alunizaje y la destacada, aunque muy desconocida contribución del comandante al rotundo éxito de la misión. La decisión final de alunizar fue suya. Incluso menciona como el polvo de la luna que recogió de motu propio, contenía el helio 3, un elemento que apenas existe en la tierra, pero que, aparentemente, constituye una de las esperanzas, de, algún día poder generar energía nuclear en la tierra !sin residuos! Duque nos recuerda que, según su propia familia, Armstrong era “un héroe reacio”, “pero más héroe que nadie,” apostilla Duque. Armstrong, añade Duque “no gustaba de la adulación y prefería hacer su labor calladamente”. Pero, si hay un testimonio más que nos ha llegado del personaje, y que retrata bien su vida y convicciones. Fue durante su visita a Jerusalén en 1988. Conducido por un arqueólogo a los restos de los peldaños del Templo de Herodes, que, aparentemente, todavía se conservan, y por las que Jesús tuvo que, necesariamente, haber caminado para entrar en el mismo, Armstrong afirmó que: “Para mí significa más haber pisado estas escaleras que haber pisado la Luna”. El primer ser humano que pisó la luna remarca que las pisadas más trascendentales de la Humanidad fueron las de Jesús de Nazaret cuando vino a la tierra para ser nuestro Salvador. Su mensaje final es que lo fundamental de nuestra vida es la identificación con el Dios y Salvador que, por amor a una Humanidad perdida, pisó nuestra Tierra, no la Luna, para subir a una cruz, no a una nave especial, y dar así su vida en rescate por la nuestra. El paso más trascendental, y con consecuencias eternas para cada uno de nosotros, que todos debemos dar es el de seguir a Jesús como nuestro único Mediador, Señor y Salvador.
José Moreno Berrocal
lunes, 24 de junio de 2019
HARRY BLAMIRES Y LA MENTE CRISTIANA
Me enteraba recientemente, por Geoff Thomas, un conocido predicador galés, y próximo ponente de las Conferencias Cipriano de Valera, de la muerte del profesor, escritor y crítico literario cristiano Harry Blamires con 101 años, el pasado 21 de noviembre de 2017. Y, aunque el autor de La Mente Cristiana, posiblemente su libro más destacado, puede que no signifique mucho para los lectores de este blog, su pensamiento e influencia en muchos otros pensadores cristianos, que si son conocidos entre nosotros, hace que sea bueno reflexionar sobre su legado. Sobre todo porque, si se lee o relee, como he hecho en estos días, La Mente Cristiana, uno no puede dejar de quedar asombrado nuevamente por la relevancia actual del tema y del enfoque que le da Blamires.
La impresión que me causó la primera lectura de La Mente cristiana es tan vívida que aún recuerdo donde lo leí, concretamente en Reading (Inglaterra) hace ya bastantes años. Esta obra apareció en 1963, el mismo año en el que murió uno de los maestros de Blamires, C.S. Lewis. Como el autor de Las Crónicas de Narnia, Blamires tiene un estilo lúcido que lo hace muy comprensible. Uno puede detectar muchas de las ideas de Lewis en Blamires, sin que por ello deje de ser muy original en sus planteamientos. Sobre el poso de Blamires y de su obra en otros cristianos, John Stott dijo que: “Uno de los libros más influyentes que he leído es el del Dr Blamires La mente cristiana ya que enfatizaba la importancia de pensar cristianamente”. El gran libro de Stott Con todo tu ser, creer es también pensar, refleja a la perfección la posición de Blamires. Otro autor que se hace eco del mismo es Os Guinness. En su Amarás a Dios con toda tu mente, reconoce igualmente su deuda con Blamires. Guinness leyó La mente cristiana en el mismo año en que se publicó. Confiesa que le alertó del gran peligro que representaba y representa el antiintelectualismo para la fe cristiana. Una organización tan admirable como es The Christian Institute ha reconocido tener una deuda impagable con Blamires en sus orígenes.
Pero, ¿En qué consiste tener una mente cristiana? Para Blamires, pensar cristianamente “es aceptar que todas las cosas están relacionadas, directa o indirectamente, con el destino eterno del hombre como un hijo escogido y redimido por Dios”. La mente cristiana se caracteriza por seis marcas. En primer lugar tiene una orientación sobrenatural. Para Blamires, esta era la principal marca de la mente cristiana. Significa que el cristiano: “cultiva la perspectiva eterna”. Es decir, esta vida es: “ una experiencia inconclusa que, sin embargo nos sirve de preparación para la venidera … este mundo no es nuestro verdadero o último hogar” añade. En segundo lugar, el cristiano es consciente del mal, es decir, de que este mundo es un campo de batalla entre las fuerzas del bien y del mal. Este aspecto de una lucha cósmica está también muy presente en Lewis, con sus magistrales obras sobre el diablo, e incluso en su llamada trilogía espacial. En tercer lugar, la mente cristiana se atiene a la verdad. Es decir, la realidad es tal y como la define la verdad revelada por Dios. Hay una aceptación y un sometimiento a la autoridad completa y final de Dios que encontramos en su Palabra. Este sería el cuarto elemento que señala Blamires. En quinto lugar, la mente cristiana realza la importancia de la persona, sostiene un concepto bíblico de lo que es una persona. Curiosamente, Blamires no lo hace desde la imagen de Dios en el hombre, sino desde el hecho de la encarnación del Hijo de Dios. Aquí nuevamente podemos observar la influencia de Lewis para el que la obra de Atanasio sobre la Encarnación era troncal para definir la fe cristiana. Finalmente, la mente cristiana aprecia en toda lo bueno y atractivo de este mundo, un reflejo y poderoso testimonio de la bondad del Dios Creador. Es decir, muestra que “las positivas riquezas de esta vida se derivan de lo sobrenatural. Nos enseña que crear belleza o experimentarla, reconocer la verdad o descubrirla, recibir amor o darlo, es entrar en contacto con las realidades que expresan la naturaleza divina”. Varios textos podrían ilustrar la idea de Blamires. El pasaje de Hechos 14.15-17: “ ... el Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay, en las edades pasadas ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos;si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” o Filipenses 4.8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Seguro que se podrían añadir otras características a las esbozadas aquí. Creo que el denominador común de las mismas se encuentra en esa perspectiva eterna de todas las cosas que solo el cristiano puede tener.
La importancia del pensamiento de Blamires, y de todos los que le siguieron reside en la importancia de la mente en la vida cristiana. Esta tiene que ser cultivada y desarrollada. Hemos de recordar que todo cristiano tiene ya la mente de Cristo, 1ª Corintios 2.16. Es decir, se nos ha concedido, por el Espíritu de Dios, la capacidad para ver las cosas, tal y como son, desde el sentido único que otorga la Persona de Cristo crucificado. Tenemos el privilegio de valorar y crecer en nuestra comprensión de este mundo y del venidero desde el Evangelio. Abundemos en ello para la gloria de Dios en Cristo en nuestras vidas. Somos llamados también a amar a Dios con toda nuestra mente, Marcos 12.30.
José Moreno Berrocal
La impresión que me causó la primera lectura de La Mente cristiana es tan vívida que aún recuerdo donde lo leí, concretamente en Reading (Inglaterra) hace ya bastantes años. Esta obra apareció en 1963, el mismo año en el que murió uno de los maestros de Blamires, C.S. Lewis. Como el autor de Las Crónicas de Narnia, Blamires tiene un estilo lúcido que lo hace muy comprensible. Uno puede detectar muchas de las ideas de Lewis en Blamires, sin que por ello deje de ser muy original en sus planteamientos. Sobre el poso de Blamires y de su obra en otros cristianos, John Stott dijo que: “Uno de los libros más influyentes que he leído es el del Dr Blamires La mente cristiana ya que enfatizaba la importancia de pensar cristianamente”. El gran libro de Stott Con todo tu ser, creer es también pensar, refleja a la perfección la posición de Blamires. Otro autor que se hace eco del mismo es Os Guinness. En su Amarás a Dios con toda tu mente, reconoce igualmente su deuda con Blamires. Guinness leyó La mente cristiana en el mismo año en que se publicó. Confiesa que le alertó del gran peligro que representaba y representa el antiintelectualismo para la fe cristiana. Una organización tan admirable como es The Christian Institute ha reconocido tener una deuda impagable con Blamires en sus orígenes.
Pero, ¿En qué consiste tener una mente cristiana? Para Blamires, pensar cristianamente “es aceptar que todas las cosas están relacionadas, directa o indirectamente, con el destino eterno del hombre como un hijo escogido y redimido por Dios”. La mente cristiana se caracteriza por seis marcas. En primer lugar tiene una orientación sobrenatural. Para Blamires, esta era la principal marca de la mente cristiana. Significa que el cristiano: “cultiva la perspectiva eterna”. Es decir, esta vida es: “ una experiencia inconclusa que, sin embargo nos sirve de preparación para la venidera … este mundo no es nuestro verdadero o último hogar” añade. En segundo lugar, el cristiano es consciente del mal, es decir, de que este mundo es un campo de batalla entre las fuerzas del bien y del mal. Este aspecto de una lucha cósmica está también muy presente en Lewis, con sus magistrales obras sobre el diablo, e incluso en su llamada trilogía espacial. En tercer lugar, la mente cristiana se atiene a la verdad. Es decir, la realidad es tal y como la define la verdad revelada por Dios. Hay una aceptación y un sometimiento a la autoridad completa y final de Dios que encontramos en su Palabra. Este sería el cuarto elemento que señala Blamires. En quinto lugar, la mente cristiana realza la importancia de la persona, sostiene un concepto bíblico de lo que es una persona. Curiosamente, Blamires no lo hace desde la imagen de Dios en el hombre, sino desde el hecho de la encarnación del Hijo de Dios. Aquí nuevamente podemos observar la influencia de Lewis para el que la obra de Atanasio sobre la Encarnación era troncal para definir la fe cristiana. Finalmente, la mente cristiana aprecia en toda lo bueno y atractivo de este mundo, un reflejo y poderoso testimonio de la bondad del Dios Creador. Es decir, muestra que “las positivas riquezas de esta vida se derivan de lo sobrenatural. Nos enseña que crear belleza o experimentarla, reconocer la verdad o descubrirla, recibir amor o darlo, es entrar en contacto con las realidades que expresan la naturaleza divina”. Varios textos podrían ilustrar la idea de Blamires. El pasaje de Hechos 14.15-17: “ ... el Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay, en las edades pasadas ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos;si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” o Filipenses 4.8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Seguro que se podrían añadir otras características a las esbozadas aquí. Creo que el denominador común de las mismas se encuentra en esa perspectiva eterna de todas las cosas que solo el cristiano puede tener.
La importancia del pensamiento de Blamires, y de todos los que le siguieron reside en la importancia de la mente en la vida cristiana. Esta tiene que ser cultivada y desarrollada. Hemos de recordar que todo cristiano tiene ya la mente de Cristo, 1ª Corintios 2.16. Es decir, se nos ha concedido, por el Espíritu de Dios, la capacidad para ver las cosas, tal y como son, desde el sentido único que otorga la Persona de Cristo crucificado. Tenemos el privilegio de valorar y crecer en nuestra comprensión de este mundo y del venidero desde el Evangelio. Abundemos en ello para la gloria de Dios en Cristo en nuestras vidas. Somos llamados también a amar a Dios con toda nuestra mente, Marcos 12.30.
José Moreno Berrocal
lunes, 13 de mayo de 2019
LO QUE CREEN LOS QUE NO CREEN
El pasado 26 de abril, Babelia, el suplemento cultural de El País, publicaba un fascinante artículo de Juan Arnau Navarro titulado ¿En qué creen los ateos? En el mismo este filósofo y astrofísico español señala que : “la sociedades seculares modernas se rinden culto a sí mismas”. Esta frase debe entenderse a la luz de la cita que, inmediatamente antes, ha hecho Arnau del antropólogo y sociólogo francés Marcel Mauss:“Si los dioses, cada uno a su hora, salen del templo y se hacen profanos, vemos que lo relativo a la propia sociedad humana (la patria, la propiedad, el trabajo, el individuo) entra en el templo progresivamente”. Arnau añade que: “Pero la sociedad completamente secularizada es la menos secularizada de todas, pues todos los delirios, fantasmagorías y alucinaciones que antes se asociaban con lo sagrado se vierten ahora en lo social. La religión de nuestro tiempo es la “religión de la sociedad”. Arnau, siguiendo a Mauss cree que lo que se adora ahora es lo que llama lo social, pero, en realidad, y siguiendo su propio análisis, un ídolo podría ser cualquier cosa.
Esta penetrante reflexión de Arnau guarda enormes semejanzas con el concepto bíblico de idolatría. Para las Escrituras, si no creemos en el Dios verdadero, entonces creemos en los ídolos. Para la Biblia un ídolo no es solo una imagen de un dios o ser al que se rinde devoción, hecha de madera o piedra. Es esto, por supuesto, como dejan entrever multitud de pasajes veterotestamentarios como el segundo mandamiento, Éxodo 20.4, el Salmo 115 o Isaías 44.9-20. Pero la idolatría es, igualmente, algo mucho más profundo. Como lo expresaba ya nuestro gran reformador y traductor de la Biblia, Cipriano de Valera: “En el primer mandamiento se prohíbe la idolatría interna y mental, y en el segundo, la externa y visible”. El escritor Tim Keller dice que un ídolo es “algo que es más importante para ti que Dios, cualquier cosa que cautive tu corazón y tu imaginación más que Dios, cualquier cosa que esperes que te proporcione lo que solamente Dios puede darte”. O En las palabras de Thomas C. Oden : “ … uno tiene un dios cuando adora un valor último, al que considera algo sin lo cual no se puede vivir feliz”. Y es que no existe un vacío en el ser humano, no hay creencia o increencia sino Dios o ídoloes. Como ya cantaba Bob Dylan a finales de los años 70 del siglo pasado: “You gonna have to serve somebody/ tienes que servir a alguien”. Todos estamos en esa tesitura, nos dice el gran poeta norteamericano. En estos días de fervor político podemos igualmente reconocer que algo tan noble como la búsqueda del bienestar público puede volverse también un ídolo en forma de afán de poder político a cualquier precio. Puede ser ideal o puede ser algo completamente deleznable. Lo que ya comentaba el sagaz escritor británico G. K. Chesterton: “ cuando el hombre deja de creer en Dios, es capaz de creer en cualquier cosa”. Y es que, como también enseñaba Juan Calvino: “nuestro corazón es una fábrica de ídolos”. Y estos son de los más variopintos.
El problema de nuestros ídolos es que nos fallan o fallarán cuando más los necesitemos. Eso es lo que pone de manifiesto una película tan magnífica como El Reino. La posesión injusta y desmedida, finalmente lo destruye todo y a todos. El dinero no es malo en sí mismo, lo es el amor al dinero, dice de nuevo el apostol Pablo, 1ª Timoteo 6.10. El Apóstol Pablo ya había dicho que la avaricia es idolatría en Colosenses 3.5. Es por eso por lo que las Escrituras hacen una denuncia tan tajante y perentoria de la idolatría. Dios procura mostrarnos que los ídolos no pueden darnos una satisfacción integral, ni aquí en este mundo, ni por la eternidad. Por el contrario, la fe en Cristo, la fe bíblica tiene promesa para esta vida y para la venidera, 1ª Timoteo 4.8. ¿Cómo lo hace? Reordena nuestros afectos nuestra vida, al derribar lo que hemos erigido en ídolos en nuestra vida pero que no pueden llenar ni completa ni finalmente. La idolatría es tan poderosa que solo Cristo mismo puede derrotarla. Ese es el testimonio de Pablo en Filipenses 3. Lo que explica la conversión de Pablo es que tuvo como pérdida todo lo que antes daba sentido a su vida por causa de “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús”, v 8. Para Pablo ser cristiano no es adoptar una serie de valores, es más bien una relación personal, en la que quedamos cautivados por la Persona de Cristo Jesús. Y es que solo Dios mismo en la Persona de un hombre perfecto, El Señor Jesucristo, puede colmar nuestra hambre y sed de sentido pleno. No te quedes atrapado por los ídolos que no pueden hacer por ti lo que solo puede otorgar el Dios vivo y verdadero en su amado Hijo. Busca a Cristo. Recuerda su promesa: “Al que a mí viene, no le echo fuera”, Juan 6.37
José Moreno Berrocal
sábado, 30 de marzo de 2019
FE CRISTIANA, TRABAJO Y PROTECCIÓN SOCIAL
El pasado día 28 de marzo se presentaba en el Museo Municipal de Alcázar de San Juan mi último libro titulado La influencia de la Reforma en el trabajo y la protección social publicado por Andamio. Los temas que trata creo que son de una gran relevancia actual. Varios medios se han hecho eco de la presentación. De entrada, una entrevista radiofónica que me hicieron los amigos de Dynamis Radio. También la crónica del acto que acaba de aparecer en Actualidad Evangélica, Lanza Digital y Manchamedia.com. Asimismo, un reportaje en Mancha Centro TV. Finalmente, el libro ha aparecido en el número 386 de la colección Libros y Nombres de Castilla La Mancha, un fascinante catálogo que recoge las novedades editoriales en Castilla La Mancha, y que publica semanalmente el crítico literario y editor de Almud, Alfonso González-Calero. Espero que sea de vuestro interés.
http://elpulsodelavida.com/la-influencia-de-la-reforma-en-el-trabajo-y-la-proteccion-social-jose-moreno-berrocal
Un nuevo libro de José Moreno Berrocal
https://www.lanzadigital.com/provincia/alcazar-de-san-juan-provincia/la-influencia-de-la-reforma-protestante-en-la-vida-socio-laboral-centra-el-nuevo-estudio-de-jose-moreno-berrocal/
https://youtu.be/UFhtjJGb9OM
http://elpulsodelavida.com/la-influencia-de-la-reforma-en-el-trabajo-y-la-proteccion-social-jose-moreno-berrocal
Un nuevo libro de José Moreno Berrocal
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martes, 26 de febrero de 2019
MICHAEL GREEN Y LA PRIORIDAD DE LA EVANGELIZACIÓN
El pasado 6 de febrero fallecía el famoso evangelista, teólogo y escritor británico Michael Green. Sería un buen ejemplo de lo que J. I. Packer ha llamado el comunicador cristiano ideal: predicador y teólogo al mismo tiempo. Nacido el 20 de agosto de 1930 en Inglaterra, Green es conocido entre nosotros por ser el autor de varios libros que se ocupan de cómo transmitir la fe cristiana, es decir, la evangelización, o que son directamente evangelísticos. Entre sus títulos en castellano destacaría La evangelización en la iglesia primitiva publicado por Certeza en Buenos Aires, Argentina en 1979 y ¡Jesucristo vive hoy! también de Certeza y publicado en 1976. Asimismo, ¡Estarás Bromeando! publicado por Clie y Oasis en 1991. En 2003, Clie publicó ¿Cómo llegar a ellos? un libro escrito conjuntamente con Alistair Mc Grath. Green también dirigió una serie denominada Creo que trataba diversos temas de actualidad entre ellos la evangelización y la resurrección de Cristo. Es justo que, al recordarle, nos hagamos eco de algunos de sus convicciones en cuanto a lo que significa evangelizar.
De entrada, la evangelización para Michael Green era una prioridad. En el prólogo a la obra de Max Warren Creo en la Gran Comisión, publicada por Caribe dentro de la serie Creo que Green dirigió, se refiere a la misión como “artículo crucial de la fe y de la obediencia cristiana”. La Gran Comisión no es opcional. “Debe ocupar nuevamente el primer plano en las metas de nuestras vidas y en nuestro estilo de vivir”, sostiene Green. Pero, si la evangelización es un rasgo esencial de la iglesia evangélica ¿cómo evangelizar? En este sentido, Green es sumamente útil para nosotros hoy.
En primer lugar, tenemos que conocer bien cómo se afrontaba la tarea evangelística en la iglesia de los primeros siglos. En ese sentido, su libro La evangelización en la iglesia primitiva resulta una minuciosa guía para nuestra labor evangelística hoy, ya que ésta debe estar modelada en primer lugar por la Escritura, y el libro de los Hechos de los Apóstoles en particular. Pero Green no solo explora el testimonio neotestamentario sino que también se adentra en la manera en la que la inmediata iglesia postapostólica primitiva se esforzó en la tarea evangelizadora. Esta obra muestra una enorme erudición y conocimiento de las fuentes cristianas. Green escribe sobre las motivaciones, la estrategia y los métodos de aquella iglesia. Está práctica cristiana primitiva debe servirnos de estímulo a nosotros para proseguir hoy con el mismo entusiasmo con la misión cristiana. En segundo lugar, Green presta especial atención a la vida de los primeros cristianos. Es significativo que sea en la primera parte de su libro La evangelización en la iglesia primitiva donde se ocupe de esto. Y es que es el comportamiento distintivo de aquellos discípulos la única explicación de todo lo que sigue. El evangelista británico escribe que las vidas de aquellos hombres y mujeres revelaban caracteres transformados por el contacto con la Persona de Cristo. Había fe, amor, esperanza, gozo y abnegación en ellos. La única explicación histórica plausible es que aquellos cristianos, empezando por los primeros apóstoles y discípulos de Jesucristo, habían tenido un encuentro con un Cristo que estaba vivo y que los había cambiado. Y es que Green muestra, particularmente en ¡Jesucristo vive hoy! la importancia suprema de la resurrección para valorar la fe cristiana primitiva. En el prólogo a otra de las obras contenidas en Creo, la que escribió George Ladd, titulada Creo en la resurrección de Jesús, Green escribió que: “La resurrección de Jesucristo de entre los muertos es la principal piedra del ángulo del cristianismo”. A esta predicación de Cristo muerto por nuestros pecados, pero ahora resucitado, física y literalmente, achaca Green el impacto de los primeros cristianos en su entorno. La conversión es un encuentro personal con ese Cristo vivo por la fe. Algo que acontece hoy por medio del Espíritu Santo, el Espíritu del Cristo resucitado, dado por el Padre a su iglesia. Esa nueva vida en Cristo, y con Cristo en nosotros, nos conduce inexorablemente a la imitación de Cristo, destaca Green. Lo cual constituye la base crucial para la evangelización: “la vida semejante a la de Cristo es un sine qua non del evangelismo”, afirma Green. En esta convicción no estaba solo. Destacados evangelistas como D.M. Lloyd-Jones o Francis Schaeffer sitúan igualmente aquí la clave de la evangelización eficaz. Green, por ejemplo, se hace eco del testimonio de Ignacio que aconsejaba así a los efesios en cuanto a la evangelización: “Permitidles que al menos reciban una lección de vuestras obras. Sed mansos cuando ellos explotan en ira, sed humildes frente a sus palabras arrogantes; enfrentad sus blasfemias con vuestras oraciones; no tratéis de imitarlos con represalias”. Creo que es imprescindible que seamos conscientes de qué nada es más evangelístico que el hecho palpable de que nuestras vidas manifiesten que Cristo está en nosotros. Esto significa que el fruto del Espíritu de Cristo ha de ser evidente en nuestra manera de comportarnos. En tercer lugar, Green destaca la necesidad de crear puentes con nuestra audiencia. Esto es también algo que se puede apreciar con claridad en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pablo tiene en cuenta qué clase de oyentes tiene a la hora de anunciar a Cristo. No es lo mismo su presentación del evangelio en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, que la que hace entre los paganos de Listra, o entre los educados habitantes de Atenas. Por eso, Green se identifica con apologetas como C.S. Lewis y Alistair Mc Grath que se caracterizan precisamente por buscar conectar con la gente de su entorno. Esto implica que la evangelización requiere un conocimiento de primera mano del mundo en el que vivimos, de las personas y de sus circunstancias concretas. Y, también, del entorno sociopolítico, intelectual y moral de la sociedad. En todas sus obras, Green manifiesta una gran familiaridad con la cultura occidental. En este sentido, el libro de Jerram Barrs titulado El Corazón de la Evangelización continúa también en esta línea de exponer cómo llevar el evangelio en nuestra propia generación y época. En cuarto lugar, Green incide en la búsqueda práctica y creativa de maneras de poder acercarnos a los que nos rodean. En ¿Cómo llegar a ellos?, Green escribe, por ejemplo del valor de la amistad, el testimonio personal o las experiencias de grupo, por citar algunos aspectos. El enfoque de Green se encuentra hoy en libros como Dando fruto en tu lugar de misión de Mark Greene.
Se podría decir mucho más acerca de Michael Green y su pasión por la evangelización, pero creo que lo que él mismo nos diría es que no basta con saber estas cosas. Es necesario ponerlas por práctica. Su vida fue un ejemplo eminente de evangelizador. Por ello, necesitamos evangelizar, necesitamos proponernos el hacerlo y abundar en ello. Desde la imprescindible vida nueva que tenemos en Cristo, todo cristiano, desde el estímulo y la comunión que le proporciona su iglesia local, tiene que contemplar la evangelización como su propia e ineludible responsabilidad.
José Moreno Berrocal
De entrada, la evangelización para Michael Green era una prioridad. En el prólogo a la obra de Max Warren Creo en la Gran Comisión, publicada por Caribe dentro de la serie Creo que Green dirigió, se refiere a la misión como “artículo crucial de la fe y de la obediencia cristiana”. La Gran Comisión no es opcional. “Debe ocupar nuevamente el primer plano en las metas de nuestras vidas y en nuestro estilo de vivir”, sostiene Green. Pero, si la evangelización es un rasgo esencial de la iglesia evangélica ¿cómo evangelizar? En este sentido, Green es sumamente útil para nosotros hoy.
En primer lugar, tenemos que conocer bien cómo se afrontaba la tarea evangelística en la iglesia de los primeros siglos. En ese sentido, su libro La evangelización en la iglesia primitiva resulta una minuciosa guía para nuestra labor evangelística hoy, ya que ésta debe estar modelada en primer lugar por la Escritura, y el libro de los Hechos de los Apóstoles en particular. Pero Green no solo explora el testimonio neotestamentario sino que también se adentra en la manera en la que la inmediata iglesia postapostólica primitiva se esforzó en la tarea evangelizadora. Esta obra muestra una enorme erudición y conocimiento de las fuentes cristianas. Green escribe sobre las motivaciones, la estrategia y los métodos de aquella iglesia. Está práctica cristiana primitiva debe servirnos de estímulo a nosotros para proseguir hoy con el mismo entusiasmo con la misión cristiana. En segundo lugar, Green presta especial atención a la vida de los primeros cristianos. Es significativo que sea en la primera parte de su libro La evangelización en la iglesia primitiva donde se ocupe de esto. Y es que es el comportamiento distintivo de aquellos discípulos la única explicación de todo lo que sigue. El evangelista británico escribe que las vidas de aquellos hombres y mujeres revelaban caracteres transformados por el contacto con la Persona de Cristo. Había fe, amor, esperanza, gozo y abnegación en ellos. La única explicación histórica plausible es que aquellos cristianos, empezando por los primeros apóstoles y discípulos de Jesucristo, habían tenido un encuentro con un Cristo que estaba vivo y que los había cambiado. Y es que Green muestra, particularmente en ¡Jesucristo vive hoy! la importancia suprema de la resurrección para valorar la fe cristiana primitiva. En el prólogo a otra de las obras contenidas en Creo, la que escribió George Ladd, titulada Creo en la resurrección de Jesús, Green escribió que: “La resurrección de Jesucristo de entre los muertos es la principal piedra del ángulo del cristianismo”. A esta predicación de Cristo muerto por nuestros pecados, pero ahora resucitado, física y literalmente, achaca Green el impacto de los primeros cristianos en su entorno. La conversión es un encuentro personal con ese Cristo vivo por la fe. Algo que acontece hoy por medio del Espíritu Santo, el Espíritu del Cristo resucitado, dado por el Padre a su iglesia. Esa nueva vida en Cristo, y con Cristo en nosotros, nos conduce inexorablemente a la imitación de Cristo, destaca Green. Lo cual constituye la base crucial para la evangelización: “la vida semejante a la de Cristo es un sine qua non del evangelismo”, afirma Green. En esta convicción no estaba solo. Destacados evangelistas como D.M. Lloyd-Jones o Francis Schaeffer sitúan igualmente aquí la clave de la evangelización eficaz. Green, por ejemplo, se hace eco del testimonio de Ignacio que aconsejaba así a los efesios en cuanto a la evangelización: “Permitidles que al menos reciban una lección de vuestras obras. Sed mansos cuando ellos explotan en ira, sed humildes frente a sus palabras arrogantes; enfrentad sus blasfemias con vuestras oraciones; no tratéis de imitarlos con represalias”. Creo que es imprescindible que seamos conscientes de qué nada es más evangelístico que el hecho palpable de que nuestras vidas manifiesten que Cristo está en nosotros. Esto significa que el fruto del Espíritu de Cristo ha de ser evidente en nuestra manera de comportarnos. En tercer lugar, Green destaca la necesidad de crear puentes con nuestra audiencia. Esto es también algo que se puede apreciar con claridad en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pablo tiene en cuenta qué clase de oyentes tiene a la hora de anunciar a Cristo. No es lo mismo su presentación del evangelio en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, que la que hace entre los paganos de Listra, o entre los educados habitantes de Atenas. Por eso, Green se identifica con apologetas como C.S. Lewis y Alistair Mc Grath que se caracterizan precisamente por buscar conectar con la gente de su entorno. Esto implica que la evangelización requiere un conocimiento de primera mano del mundo en el que vivimos, de las personas y de sus circunstancias concretas. Y, también, del entorno sociopolítico, intelectual y moral de la sociedad. En todas sus obras, Green manifiesta una gran familiaridad con la cultura occidental. En este sentido, el libro de Jerram Barrs titulado El Corazón de la Evangelización continúa también en esta línea de exponer cómo llevar el evangelio en nuestra propia generación y época. En cuarto lugar, Green incide en la búsqueda práctica y creativa de maneras de poder acercarnos a los que nos rodean. En ¿Cómo llegar a ellos?, Green escribe, por ejemplo del valor de la amistad, el testimonio personal o las experiencias de grupo, por citar algunos aspectos. El enfoque de Green se encuentra hoy en libros como Dando fruto en tu lugar de misión de Mark Greene.
Se podría decir mucho más acerca de Michael Green y su pasión por la evangelización, pero creo que lo que él mismo nos diría es que no basta con saber estas cosas. Es necesario ponerlas por práctica. Su vida fue un ejemplo eminente de evangelizador. Por ello, necesitamos evangelizar, necesitamos proponernos el hacerlo y abundar en ello. Desde la imprescindible vida nueva que tenemos en Cristo, todo cristiano, desde el estímulo y la comunión que le proporciona su iglesia local, tiene que contemplar la evangelización como su propia e ineludible responsabilidad.
José Moreno Berrocal
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