Hace ahora justamente 400 años, aparentemente un 13 de noviembre de 1618, comenzaban en la ciudad holandesa de Dordrecht, una serie de reuniones de carácter teológico que concluyeron el 9 de mayo de 1619 con la promulgación de los llamados Cánones de Dort. Los participantes provenían de distintos lugares de Europa. Representaban a muchas de las iglesias que habían abrazado la Reforma Protestante del siglo XVI. Eran miembros de iglesias reformadas de Holanda, Suiza, Alemania e Inglaterra. La delegación francesa no pudo asistir, al no recibir la autorización de su Rey, Luis XIII. Pero, posteriormente, recibieron las conclusiones de este evento como si fueran propias, mostrando así su completo acuerdo con las mismas. Es interesante notar que estas reuniones tuvieron lugar, justamente 100 años después del comienzo de la Reforma Protestante del siglo XVI. Los Cánones de Dort demuestran el gran vigor de la teología protestante ya que constituyen un gran desarrollo doctrinal de las enseñanzas bíblicas redescubiertas en la Reforma.
La importancia de no dejar pasar por alto un aniversario como este radica en la pertinencia actual de algunos de los temas que se trataron en aquellas reuniones (fueron un total de 154 sesiones)cristalizadas como ya queda indicado, en los llamados Cánones de Dort. En esencia, lo que encontramos en los mismos es una exposición magistral acerca de la enseñanza bíblica sobre la gracia de Dios. En concreto, se puede afirmar que los Canones de Dort nos instruyen sobre la centralidad de la gracia de Dios en Cristo para la salvación de la iglesia. En un sentido, esto no puede sorprendernos. La Reforma del siglo XVI, como heredera del pensamiento de Agustín de Hipona, puso de relieve que la salvación es un regalo inmerecido de Dios. Pero, las conclusiones a las que se llegó en Dordrecht nos muestran cinco aspectos singulares en los que brilla con luz propia la gloria de la gracia de Dios en Cristo. Estos son los siguientes: la necesidad de la gracia, el origen de la gracia, la base de la gracia, la eficacia de la gracia y la perpetuidad de la gracia.
En primer lugar, la necesidad de la gracia. La Escritura enseña, sin ningún género de dudas, que el hombre está muerto en delitos y pecados, sin Dios y sin esperanza en este mundo, Efesios 2.1,12. El ser humano caído no puede hacer nada para salvarse, necesita la imprescindible gracia de Dios en Cristo. Es más, para mostrar que esa gracia de Dios no depende de nada en nosotros que pudiéramos hacer para salvarnos, (¿qué puede hacer aquel que está muerto, espiritualmente hablando, para vivir?) se nos revela en estos mismo pasajes de Efesios, el origen de esa gracia de Dios. Esta nos fue dada “antes de la fundación del mundo”, Efesios 1.4, no porque Dios previera que íbamos a creer, sino precisamente para que pudiéramos creer. La base de esa gracia se encuentra exclusivamente en la Persona y Obra de Cristo Jesús por su iglesia, como Pablo dice al final de la Epístola: “ … así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”, Efesios 5.25-27. Asimismo, Dort se hace eco también de la obra del Espíritu de Dios en la salvación de la iglesia. Esta consiste en ese nuevo nacimiento al que se refiere el Señor Jesús en el evangelio de Juan, en el capítulo 3.5-8. Vemos la eficacia de la gracia en la obra del Espíritu Santo que, en palabras de los cánones, consiste en: “aquella renovación, nueva creación, resurrección de muertos y vivificación, de que tan excelentemente se habla en las Sagradas Escrituras...”. La gracia de Dios nunca dejará de llevar a cabo su propósito, por lo cual, sabemos que los escogidos de Dios perseveraran hasta el fin. Nunca faltará el favor de Dios sobre su iglesia. Como enseña Pablo, escribiendo a los filipenses: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”, Filipenses 1.6.
Al mostrarnos las riquezas de la gracia de Dios (Efesios 1.7; 2.7) vemos, la inusual pertinencia de los llamados Cánones de Dort para nuestra vida cristiana. Y es que no hay consuelo mayor para la iglesia que saber y experimentar que dependemos exclusivamente de la gracia de Dios en Cristo para nuestra salvación. Y que esta gracia es perpetua para la iglesia que el Padre escogió, Cristo redimió y donde mora para siempre el Espíritu de Dios.
José Moreno Berrocal
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